lunes, 23 de mayo de 2011

Te vi

De nuevo ese sol por mi ventana y me apresuro como cada domingo a verte pasar.
Tu aroma es a veces lavanda, otras es dulce canela y he notado en algunas pocas ocasiones, en las que tu esencia se torna amarga, anisada.
Pero hoy, como cuando te encuentras feliz, es cítrica e increíblemente agradable.
Así es tu aura. Deja su estela. Un aroma tan contagioso y exquisito que ni dios haría una descripción fiel sobre el papel.

Sigue tu mejor puesta en escena de unos quince segundos. Después de tu avistamiento pasas
tu aterciopelada y reluciente pero cálida mano por tu pelo, que sufre un hipnotizante balanceo, atrayente, casi con vida, con cadencia y seductor, seguido de tu mirada. Nada más que eso.
Tu mirada. La que detiene el tiempo, en la que veo mil y un universos, infinita como los bosques y cálida como la hermosa playa.

Primero juegas a ser la tímida y clavas tus ojos en el suelo, para luego enredar tu campo de visión con el mío, pues miras hacia arriba y extiendes las comisuras de aquellos labios húmedos carmesí. Y yo me vuelvo a morir.
Me conviertes en todo. Lo soy todo.

Y así te vas y así desapareces.
Contaré los días, las horas, los minutos y segundos
a ver si el próximo domingo me vuelves a matar.

Por Daniel Jaramillo.

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