martes, 3 de mayo de 2011

Vida súbita

De niño era una persona de curiosidad voraz. En el pequeño pueblo olvidado por la civilización, su infancia fue apenas un suspiro. Era una persona de grandes aspiraciones y pronto se dio cuenta que aquel lugar era demasiado pequeño, demasiado simple, demasiado sencillo. Y fue el mismo día que se convirtió en adulto que decidió irse de allí a buscar un futuro más próspero, una vida más merecida para su gran inteligencia. Bajo un sol radiante aquella mañana, sin haberlo preparado y sin la intención de aceptar un no como respuesta, le presentó a su familia la nueva vida que se disponía a comenzar. Con un beso cálido de su madre en la frente, la mirada triste tras el rostro impasible de su padre y las inocentes risas de su hermano pequeño que no comprendía el significado del momento, salió por última vez de su casa. El camino sería largo, pero lo llevaría lejos de allí. Miró por última vez su hogar: Su madre barriendo el corredor, su hermano jugando a la pelota, su padre oyendo la radio. Eso y la sencilla vida del pueblo fueron el recuerdo que guardó mientras una lágrima se resbalaba por su mejilla.
Pero su vida fue buena. Un ritmo maravilloso, éxito, fama, fortuna y felicidad pronto se convirtieron en sensaciones más fuertes que fueron borrando la nostalgia de su niñez. Pronto olvidó aquella vida sencilla que había llevado.
Pero un día, ya siendo anciano, pronto a expirar satisfecho su vida, recordó, por un resabio del destino, todo lo que había dejado atrás. Decidió que debía morir sellando en su mirada el lugar que lo había visto nacer. Regresó sin compañía por el mismo camino que había seguido cuando apenas era un soñador. Tras una colina se asomaron en el horizonte los rojizos techos de su pueblo. Seguía siendo el mismo lugar, pero él en cambio, era una persona diferente. De repente se encontró frente a su casa. Una mujer barría el corredor, un niño jugaba a la pelota y un hombre oía la radio. Aturdido por aquella imagen, negó las lágrimas de sus ojos, pero su mirada igualmente se volvió borrosa, oscura. Se desplomó allí  aquel hombre, de cuerpo y alma desgastados, en el pueblo sencillo que nunca dejó de ser el mismo.
Por Camilo

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