El reloj que colgaba sobre la puerta marcaba un monótono conteo regresivo. Poco antes de dar las doce, el forense terminó con el cuerpo en el que estaba trabajando, un ladrón abatido en el centro de la ciudad. Lo cubrió con la sábana impecablemente blanca y lo guardó empujándolo a la oscuridad que había en el hueco de la pared. Se quitó la bata y los guantes, dejó tirados los instrumentos sobre una mesita metálica. Luego tomó su chaqueta y se despidió apenas con un gesto antes de cerrar la puerta. Entonces el muchacho quedó solo en la habitación. La luz de neón blanca emitía un zumbido constante que al principio le había resultado molesto pero ahora apenas lo escuchaba. Sin embargo la luz emitía un efecto estroboscópico que le causaba dolor de cabeza y nunca pudo acostumbrarse. El silencio era increíblemente ensordecedor. Podía casi escuchar el flujo de sangre que pasaba por sus orejas. Al principio se movía de manera tímida. No se sentía cómodo con un montón de cadáveres guardados allí tras una delgada puerta. Tomó un trapo, un trapeador y un balde metálico, horriblemente manchado con la sangre de cientos de cuerpos que había pasado por allí. Comenzó limpiando los instrumentos y la mesa en los que antes había estado trabajando el forense.
En determinado momento se dirigió a un lavadero para limpiar el balde. Lo llenó de agua y luego vació el agua rojiza, que se fue lentamente por el sifón. Y fue en ese momento que una imagen se apoderó de su mente. Por un instante muy breve, el líquido que se escapaba hacia las tuberías formó una imagen, o así lo percibió él. Una obra de arte, realmente algo digno de ser plasmado. Se quedó quieto, desviando todos sus esfuerzos para concentrarse únicamente en grabar en su mente la imagen que ya había desaparecido. El resto de su turno de trabajo estuvo desesperado pues mientras hacía sus labores, solo pensaba en llegar a su casa y transmitir esa idea al lienzo.
Llegó a su casa a las cuatro de la mañana. A pesar de estar extenuado, se sentó en su mesa de dibujo. Pero el amanecer llegó y aún no lograba dar más de dos pinceladas para obtener una obra digna de lo que se imaginaba. Simplemente le fue imposible lograrlo. Y comprendió por qué. Y también sabía la solución. Pero para ello, debería esperar hasta la noche siguiente, hasta regresar a la morgue.
En determinado momento se dirigió a un lavadero para limpiar el balde. Lo llenó de agua y luego vació el agua rojiza, que se fue lentamente por el sifón. Y fue en ese momento que una imagen se apoderó de su mente. Por un instante muy breve, el líquido que se escapaba hacia las tuberías formó una imagen, o así lo percibió él. Una obra de arte, realmente algo digno de ser plasmado. Se quedó quieto, desviando todos sus esfuerzos para concentrarse únicamente en grabar en su mente la imagen que ya había desaparecido. El resto de su turno de trabajo estuvo desesperado pues mientras hacía sus labores, solo pensaba en llegar a su casa y transmitir esa idea al lienzo.
Llegó a su casa a las cuatro de la mañana. A pesar de estar extenuado, se sentó en su mesa de dibujo. Pero el amanecer llegó y aún no lograba dar más de dos pinceladas para obtener una obra digna de lo que se imaginaba. Simplemente le fue imposible lograrlo. Y comprendió por qué. Y también sabía la solución. Pero para ello, debería esperar hasta la noche siguiente, hasta regresar a la morgue.