miércoles, 21 de diciembre de 2011
Microrrelato II
-¡Que ejecuten al culpable de la miseria de mi gente! –dijo el rey sin saber que se estaba condenando a si mismo.
martes, 22 de noviembre de 2011
Diario de un demente (Parte 2)
Acabo de despertar con un fuerte dolor de cabeza. Hay una pequeña
mancha de sangre en la pared. Poco a poco me doy cuenta de lo que sucede. En mi
mano sostenía este diario. Estaba hablando sobre el problema con mi piano.
Recuerdo cada vez mejor, mientras, de nuevo, me voy desesperando. No funcionan
las teclas. ¿Cómo voy a romper la armonía en esos momentos de desesperación? Una
vez más siento el deseo de golpear mi cabeza contra la pared pero tras el
primer impacto, el dolor en mi frente se hace insoportable. Un hilo de sangre
resbala y casi se me mete a un ojo. Pero eso no me preocupa tanto. Me doy
cuenta que oigo un pito. Es un sonido agudo, continuo. A medida que pienso más
en él, se intensifica. Estoy a punto de enloquecer (si aún no lo estoy). Es un
compás eterno, de un solo tiempo, es el fondo de la música universal que
resuena a mí alrededor. Luego se añade otro sonido más. Tic, tac, tic, tac… Busco con angustia e
impaciencia la fuente del condenado sonido. Lo encuentro en una caja
donde tenía guardados algunos objetos viejos. Maldito reloj, con su sonido seco
y rítmico, coincidiendo con el baile pausado de las manecillas. Lo arrojo con
ira contra una pared pero el sonido no se detiene y las pérfidas saetas quedan
hacia mí, bailando, girando, mirándome, burlándose de mí. Y luego se unen los
latidos de mi corazón, el palpitar de mi sangre alrededor de todo mi cuerpo. Se
va formando una siniestra orquesta y el pito se intensifica más. No lo soporto.
Abro la puerta del desván con furia, casi arrancándola de su pivote. Corro
hasta el piano en un intento fallido por aniquilar la música. Golpes y más golpes. Muebles destrozándose
contra las paredes sirven para acallar, por breves momentos el ritmo incesante.
Salgo a la calle. Me tiro sobre el pavimento, mirando al cielo, exhausto,
resignado. Pero el silencio se hace evidente y pronto no escucho nada. Calma,
por fin un poco de paz. Y de pronto, en una maravillosa confabulación, las
nubes se preparan para descargar un torrencial. Sonrío, no puedo evitarlo. Sin
el piano, la lluvia es lo único que me queda.
Veo caer la primera gota. Algo suena, una sola nota, suave y tímida.
Me niego a creerlo. Sólo lo inventé. Calma, disfruta de la lluvia. Trato de
convencerme. La segunda gota y de nuevo suena otra nota diferente. La siguiente
y la siguiente caen, todas acompañadas de una nota. La lluvia se intensifica.
No oigo el usual y placentero desorden de las gotas al golpear el suelo. Ahora
cada una suelta una nota y en conjunto es una melodía. ¡No! No me pueden quitar
lo único que me quedaba. Ahora aparece la luz del faro. Y todo se convierte en
una hermosa pieza musical. Hay que admitirlo. Pero en mi condición no puedo
disfrutarla porque solo logra aumentar mi locura, mi desesperación. Corro
dentro de mí casa pero ni el techo me oculta de la melodía que suena en todas
partes. Todo lo que escucho suena al ritmo de la música. Todo lo que veo baila
al ritmo de la misma. Y entonces ya sé lo que tengo que hacer. Tomo un viejo
abrecartas. Es lo primero que encuentro. Lo agarro fuertemente con ambas manos
y doy cuatro estocadas, suficientes. Y entonces todo deja de sonar y todo deja de
bailar. El dolor es insoportable, pero no tanto como la armonía que había
antes. Me arrastro a tientas hasta el sofá y me siento plácidamente. Hasta el
ritmo de mi corazón se hace tan suave que ya no lo siento. Me siento rebosante
de alegría, de satisfacción y de sosiego. Ya no tendré que ver ni escuchar
nunca más la música ni el baile universal.
jueves, 10 de noviembre de 2011
Diario de un demente (Parte 1)
Que alguien apague esa luz. Estoy parado en medio de la calle. Es
tarde. Ya no pasan carros a esta hora. Un silencio total me envuelve, me
absorbe. Cae una suave lluvia. No me molestan las pequeñas goteras que golpean
mi cara. Estoy concentrado en esa maldita luz. Ese faro que se ve a la
distancia, que me alumbra con un ritmo incesante. Esa luz que gira eternamente,
me alumbra, se aleja hasta el horizonte y regresa. No puedo descansar. No con
esa luz. No sé cuánto tiempo llevo allí parado, mirándola. Mientras regreso, el
ruido seco de mis zapatos golpeando el pavimento comienza a enloquecerme. Ruido,
silencio, ruido silencio, algo que se repite a cada paso. Me parece que va en
ritmo con la luz del faro. Paso, silencio, paso, luz, silencio. Una y otra vez
mientras me acerco a la puerta de mi casa. El corto camino se me hace eterno
mientras el ritmo me desespera.
No comprendo que me pasa. Antes era diferente. Quiero decir, el mismo
ritmo estaba allí. El faro, todas las noches girando nunca me molestó. He
caminado toda mi vida y jamás noté el ritmo de mis pasos. Todo cambió hace algunas
noches. Es decir, nada cambió. Me levanté de la misma manera, fui al trabajo
por el mismo camino. Ese día era igual a todos. Nada era diferente. Pero algo
cambió, en mí o en mi entorno. Ahora no logro estar tranquilo. Es el orden de
las cosas. El mundo, la gente, todo quiere estar en orden. ¡No! La luz del
faro, mis pasos, estar en el trabajo todos los días a la misma hora, el ruido
de los dedos al golpear las teclas del computador, todo, siempre siguiendo un
ritmo, un compás que rige la música del mundo. No lo soporto. Odio esa música.
Tanto orden, tanta armonía. Solo hay dos cosas que me tranquilizan: La lluvia y
sentarme a tocar piano. Esta noche no llueve lo suficiente. Así que tengo que
entrar y sentarme en el piano y tocar. Tengo que acabar con la armonía, así sea
por unos segundos, para lograr tranquilizarme un poco y poder dormir. Me siento
frente a las teclas y como el mejor de los pianistas, hago un gesto inservible
con mis dedos, como preparándolos para disponerse a deslizarse con destreza
sobre el instrumento. Pero, claro está, no me dispongo a entonar ninguna obra
maestra. Enloquecería (aún más) de hacerlo. Aguanto la respiración por un
segundo para disfrutar del silencio y la calma que me dispongo a destruir y
luego descargo con furia los dedos, los puños, los brazos sobre las teclas,
produciendo un estruendo placentero, un ruido endemoniado que apacigua mi
intranquilidad. Disfruto por largo rato de ese sonido que surge del movimiento
aleatorio de mis manos, no sé por cuanto tiempo, hasta que una sonrisa se
dibuja en mi rostro. Luego me detengo pues ya podré dormir un poco. Me dirijo a
la cocina y me tiro sobre el sofá. Dejo encendida la luz y cierro los ojos.
¿Por qué la cocina? Un impulso, eso fue todo. Descubrí que no soportaba
dormir más en mi habitación. Era vivir al mismo ritmo que no soporto. No podía
vivir en lo que llamaría normalidad. Ahora duermo en la cocina, como en la
habitación, cocino en el salón. Todo está hecho un desorden y me gusta que sea
así. Pero, como todos los días tengo que soportar una rutina a la que estoy
forzado. Ir hasta el paradero. Tomar el mismo bus. Ir a la oficina, sentarme a
preparar documentos, a verle la maldita cara sonriente a los demás, con esas ganas que me dan de reventarles la nariz con un puño. Pero me controlo. Recuero el
sonido de mi piano, la lluvia caer, y me sirve para aguantarme hasta regresar
de nuevo a casa en la tarde.
Hoy, mientras me dirigía de nuevo a mi casa, no sabía lo que me
esperaba. Casi corriendo me senté frente al piano para descargar mi
frustración, para descubrir que del instrumento no brotaba ninguna clase de
sonido. Golpeé más fuerte pero solo conseguí desprender algunas teclas. ¿Qué puedo
hacer ahora? Afuera no llovía. Me encerré en el desván. Llevo varias horas
aquí. Estoy a punto de enloquecer. No sé qué hacer. Aunque…
lunes, 31 de octubre de 2011
Halloween
Dormía tranquilo todas las noches, excepto esa. Su peor temor. Ya era
un adulto y sin embargo esa noche le atemorizaba más que nada. En realidad, ser un adulto, o un ser racional,
lo explicaba todo. Se retorcía en su ventana mientras observaba los desfiles en
la calle. Niños, principalmente y uno que otro adulto, se vestían con trajes
poco convencionales, soñando, por una noche, a ser el héroe, villano o cualquier otra cosa que de otro modo no
podían. La afluencia, brillante de
colores y parafernalia, los excesos pululando en un constante flujo de desfiles
ocasionales, que iban de puerta en puerta, exhibiendo su indumentaria, en un
ritual fantasioso, un intercambio de cantos por dulces.
Pero él no soportaba nada de esto. Tanta alegría, tanto color, rostros
alegres manchados de caramelos alrededor de los labios. No aguantaba verlo.
Nadie más podía entenderlo. Sólo él sabía lo que tanto le incomodaba. Sólo él
conocía el verdadero secreto de esa terrible noche.
Mientras avanzaba la noche, el ritmo incesante de alegría se iba
apagando. Nuevamente la soledad nocturna se apropiaba, como las otras 364
noches del año, dando paso a un silencio sepulcral. Y él, desde su ventana
sufría cada vez más. El sudor frío comenzaba a brotar de su frente, sus manos
comenzaban a temblar en un ritmo casi furioso. Y luego, justo antes de la media
noche, como cada año, empezaban a asomarse por entre las agrietadas paredes de
su ruinoso hogar. Los seres de otro mundo, ánimas de sufrimiento,
desconocedoras de la tranquilidad y la felicidad, venían a su casa siempre, en una
rutina maligna, a atormentarlo, a mostrarle lo que había más allá de las mismas
puertas del mismo infierno, a susurrarle con voces inclementes y aterradoras
los secretos que se ocultaban más allá de la muerte. Todo mientras sonaban las
12 campanadas. Cada una más agotadora que la otra, mientras él se retorcía en
un rincón, tapándose inútilmente los oídos, cerrando los ojos sin poder dejar
de ver el desfile de almas disfrazadas de atrocidades indescriptibles, gritando
en coro pavorosas palabras. Y luego, mientras el eco de la última campanada se
ahogaba en el tiempo, se quedaba de nuevo solo, llorando. Todo, ocurría cada
noche, de la misma manera, ese 31 de octubre, en la noche de Halloween.
viernes, 28 de octubre de 2011
Habitual
Se había caracterizado por su alegría. Pero, tal como decían sus
amigos, últimamente se comportaba de manera extraña. Se había vuelto reservado
y agresivo. Había dejado de sonreír. Constantemente se iba. Su cuerpo
permanecía quieto, pero su mente se alejaba, recorriendo caminos que sólo él
conocía. Pero quizá sus amigos se equivocaban. Quizá ahora no se comportaba de
manera extraña. Quizá se había comportado como un extraño por años y sólo ahora
venía a comportarse de manera normal. Normal, como era realmente. En verdad,
había decidido quitarse la máscara que había usado toda su vida. Los demás se
habían acostumbrado a una forma que no era él y por eso ahora les resultaba
diferente.
A pesar de estar extrañados, sus amigos desconocían el desenlace de
todo. Sucedió un día mucho después. Las rarezas, a fuerza de rutina, poco a
poco se convertían en normalidad. Y su comportamiento, reservado y agresivo ya
no resultaba tan intrigante.
Estaban reunidos en un pequeño salón, como solían hacerlo normalmente.
Él también estaba, sentado en una esquina, y no había hablado nada en toda la
tarde. Y el día se desarrollaba de manera habitual, sin eventos fuera de lo
común que en definitiva, lo obligaban a quedar en el olvido. Después de todo,
son los hechos extraordinarios los que ayudan a grabar en la memoria los días.
De lo contrario, pasan inadvertidos y la vida continúa normal.
Afuera llovía torrencialmente, por lo que habían cerrado la puerta y
las ventanas para evitar que el agua entrara a la habitación. De repente, un
relámpago iluminó todo con una enceguecedora luz, seguido casi al instante por
un ensordecedor trueno. Las luces se apagaron por unos instantes, pocos
segundos, antes que regresaran acompañadas por el habitual sonido de la planta
de energía de emergencia. Pero él ya no estaba allí. Extrañados comenzaron a
buscarlo por todos lados. Pero les resultaba absurdo. La luz se había ido por
segundos. Ese tiempo no era suficiente para que él llegase siquiera hasta la
puerta de la habitación sin ser visto. Además, ni esta ni las ventanas se había
abierto en el breve momento que todo duró. Había estado allí sentado y segundos
después, como sí nada, se había ido. Reunieron sus versiones del momento,
tratando de reconstruir de manera fiel aquellos instantes. Pero pronto la
historia se fue llenando de elementos fantasiosos, impuestos por sus mentes,
que, anonadada y confundida, no logró actuar de manera normal. Quizá lo que se
cuenta aquí ocurrió de manera diferente. Pero nunca se volvió a saber nada de
él.
jueves, 13 de octubre de 2011
Sombra
Estaba sentado en una banca junto al lago. La sombra que
salía de sus pies se alargaba cada vez más, volviéndose más borrosa, más clara.
Comenzó a repasar recuerdos de su vida. Su sombra siempre había estado a su
lado. Pero ese día, sin explicarlo, había decidido irse. A medida que avanzaba
la tarde, su sombra se iba alejando más. No entendía. Tanto tiempo había sido
su fiel compañera y de repente un día cualquiera se iba. Pero ese día, sentado
junto al agua encontró la razón. En el reflejo de su rostro no encontró al
hombre alegre que había vivido con su sombra por años. Ahora era un anciano
cansado, a quien el tiempo finalmente empezaba a cobrarle las andanzas.
Mientras fue joven, había llevado a su sombra a los más hermosos parajes. Había
sido todo un aventurero. Pero ahora no tenía nada que ofrecerle a su amiga. Y
por eso lo dejaba. Bajó la mirada a sus pies y vio como la sombra finalmente se
desprendía de su cuerpo. La observó mientras se alejaba. Y entonces se acabó toda la tristeza. Se acabó
el cansancio de la vejez. Volvió a sentirse joven. Se fue fundiendo con el paisaje y luego se
posó a los pies de otro, para convertirse en su nuevo compañero.
domingo, 9 de octubre de 2011
Microrrelato I
"Que
tengas un buen día” dijo la madre antes de encender la luz. El pequeño monstruo
se cubrió hasta la cabeza. Cuando se quedaba solo con la luz encendida, pensaba
que en cualquier momento un humano podía aparecer.
martes, 4 de octubre de 2011
¿Sociedad o lo de Afuera? (Parte 3)
Democracia.
Si querían ser un grupo civilizado, si querían establecer una especie de
sociedad mientras estuviesen allí dentro, el líder debía ser elegido de esta
forma.
-Tiene que
ser un hombre porque tiene que tener carácter –propuso Jorge. Nadie objetó. Muchas de las mujeres no
estaban de acuerdo pero no se atrevían a contrariar a un hombre.
En poco
tiempo organizaron una improvisada urna y rasgaron las hojas de un cuaderno.
Cada uno escribió un nombre en el papel y luego lo depositó en la caja. El conteo de los votos fue casi
inmediato. Todos estaban nerviosos pues sentían que en realidad estaban
eligiendo el gobernante de su nueva sociedad, aquel que los guiaría en los
momentos de dificultad. ¿Acaso era correcto pensar así? Después de todo, el
ganador era un hombre más; y como todos, le temía a lo de afuera; como todos,
también sentía ira; como todos, podía equivocarse.
Alberto ganó
por una notable diferencia. Todos excepto Jorge se alegraron pues veían en
Alberto un símbolo de seguridad.
Los primeros
días no fueron mayor problema. Pero ahora que habían bloqueado las salidas de
la casa, limitando su espacio aún más, algunos se sentían incómodos. La comida
también era un tema preocupante. Tras el último balance, Alberto les había
dicho que tenían alimento para 5 días más. Había mentido. Les quedaba para 2
días máximo.
Sin embargo,
la mañana siguiente, Alberto se enteró de algo que lo puso entre la espada y la
pared. Descubrió que alguien había robado parte de la comida que tenían
almacenada. Y entonces no supo que hacer: Acusar a alguien podría desencadenar
una disputa, lo cual no era conveniente debido a la tensión que se vivía en
esos momentos. O podía ocultar lo ocurrido, aunque todo tenía que saberse en
pocas horas, cuando el alimento se acabase por completo.
Preocupado,
se acercó a su mujer, quizá la única persona del grupo en quien confiaba, y le
contó lo que había sucedido. Decidieron comentar inmediatamente el tema con los
demás. A pesar de solicitar control y respeto, la noticia genero una fuerte
discusión. Jorge se atrevió a acusar directamente a Teresa. Otros hombres
trataron de hacerlo retractar de lo que decía, hacerlo pedir disculpas por las
acusaciones sin fundamento. Él se negó y pronto la discusión llegó a los
golpes. Un ruido seco silencio al grupo. Todos dieron un paso atrás, excepto
Felipe, quien se quedó apretando sus manos contra el vientre mientras la sangre
comenzaba a manchar su camisa. Rafael, aún sorprendido, dejó caer el revólver.
Todos permanecieron en silencio alrededor de Felipe, quien comenzaba a
retorcerse de dolor hasta caer al suelo inerte.
Entonces
todos se dieron cuenta que lo de afuera, eso que tanto los atemorizaba, había
logrado entrar.
sábado, 1 de octubre de 2011
Agradecimiento a "El semillero"
Esta entrada, como lo dice el título, es un agradecimeinto al proyecto de Pía Baroja y Lucas Fulgi (no sé si son más miembros). Este blog (El Semillero) no podría tener un nombre mejor. Empezar un blog es como tener una semilla. No se sabe como crecerá. Ni siquiera se sabe si logrará germinar. Un nuevo blog es delicado como una semilla. Si no recibe un trato especial, aún con el potencial que tiene, nunca llegará a nada. Y es entonces cuando este proyecto aparece y ayuda a cultivarlo. ¿De qué forma? Difundiéndolo, mostrándolo.
Otras personas pueden pensar diferente, pero para mí, saber que hay lectores y seguidores de lo que publico me motiva a seguir con el blog.
No puedo negar que me emocioné un poco al leer la reseña de Ideas Sueltas en El Semillero (Aquí). De nuevo le agradezco a Pía Baroja y Lucas Fulgi por lo que hacen. Es algo que no deberían dejar de hacer. Por ahora, espero que sea fructífero y lleguen más visitantes al blog.
Si alguien quiere que su blog aparezca allí, debe dejar un comentario en la útlima entrada con el link.
Otras personas pueden pensar diferente, pero para mí, saber que hay lectores y seguidores de lo que publico me motiva a seguir con el blog.
No puedo negar que me emocioné un poco al leer la reseña de Ideas Sueltas en El Semillero (Aquí). De nuevo le agradezco a Pía Baroja y Lucas Fulgi por lo que hacen. Es algo que no deberían dejar de hacer. Por ahora, espero que sea fructífero y lleguen más visitantes al blog.
Si alguien quiere que su blog aparezca allí, debe dejar un comentario en la útlima entrada con el link.
domingo, 18 de septiembre de 2011
Encuesta
Los invito a votar en la encuesta que se encuentra en la parte derecha del blog. Quiero conocer la opinión de los lectores ya que participaré en un concurso de relato. En caso de elegir la opción "otro", pueden dejar el nombre del relato en los comentarios de esta entrada. Gracias.
lunes, 12 de septiembre de 2011
¿Sociedad o lo de afuera? (Parte 2)
La mayoría
de los invitados se fueron antes que el sol se ocultase ese día. Quienes se
quedaron en la casa, aún permanecían encerrados allí. Los recién casados ya
estaban en camino a la estación. Todos los que se habían quedado eran, posiblemente los amigos más cercanos a
Felipe.
Era de
noche. Los hombres estaban en el salón, hablando de política, de fútbol, de
dinero. Las mujeres, sesgadas por normas que no estaba escritas en ninguna
parte, pero que permanecían arraigadas a la sociedad de ese pequeño pueblo,
estaban en el patio de atrás, junto al estanque.
Lázaro y
Teresa esperaban en la cocina. Ella salía periódicamente para atender las
necesidades de los invitados y para reponer el alcohol, que le parecía, se
bebían como si fuera agua.
El tiempo
avanzaba velozmente y lo profundo de la noche se acercaba cada vez más. Una
densa niebla cubría la casa. Luis, que ya se sentía un poco mareado, decidió
salir al frente de la casa, para tomar un poco de aire. Era una noche de
invierno. El frío rodeó su cuerpo en poco tiempo. Se sentó en una banca de
piedra en el parqueadero. El hipnótico movimiento de la llama en un farol lo
arrulló. Poco a poco el sueño se apoderaba de su mente. A pesar que el
cansancio y el vino entorpecían su mente, recuperó la lucidez al ver lo que
había al otro lado de las rejas que separaban la mansión de la calle. Estaba
aterrorizado por lo que veía. Por unos instantes perdió el control de su
cuerpo. Se recuperó cuando dejó de verlo, pues las rejas terminaban y se
convertían en un majestuoso muro blanco que se extendía hasta el portón
principal. Sin pensarlo, corrió hacia allí y cerró la entrada a la mansión.
Luego entró a la casa gritando. En poco tiempo todos estaban a su alrededor,
escuchando su relato. Al final, solo sabían una cosa: no sabían cómo vencer y
por lo tanto era necesario permanecer dentro de la mansión todo el tiempo que
fuese necesario.
La confusión
se apoderó de la multitud. Todos hablaban al tiempo. Algunos pensaban en
escapar, salir de la casa y alejarse tan rápido como fuese posible, pero el
temor de tener que enfrentarse allí afuera era demasiado y por eso nadie se
atrevió siquiera a salir al patio, para revisar que sucedía.
Una decisión
casi unánime los desplazó a todos al salón principal. Ya era tarde. Todos se
sentaron en sillas, sofás o en el suelo y poco después se quedaron dormidos. La
mañana siguiente fue testigo de los primeros indicios de la locura que se
apoderarían poco a poco del grupo. Los
habitantes se despertaron con hambre.
Los restos de la fiesta, junto con la comida en la cocina serían
suficientes para el pequeño grupo. Sin
embargo, los más sensatos notaron que la comida disponible no podía durar más
que un par de días. ¿Qué pasaría si entonces aún no pudiesen salir? Obviamente
era necesario establecer un control en este aspecto. Fue Rafael quien se
atrevió a enfrentarse al grupo mientras la mayoría se abalanzaba sobre el
alimento, luchando como bestias por obtener los mejores trozos.
-¡Deténganse!
¿Qué acaso no ven que parecen animales? No podemos malgastar nuestro alimento
de esta forma. ¿Alguien sabe cuánto tiempo estaremos aquí?
Nadie
parecía reaccionar. Los instintos, por encima de la cordura, estaban dominando
sus mentes. Un ruido en el exterior fue lo único que acalló al grupo. Era ahora
el miedo quien se encargaba de devolverles la sensatez. Sin siquiera haberlo
acordado, la misma idea cruzó por la mente de todos: Debían permanecer quietos
y en silencio si querían estar a salvo.
Por un
instante que pareció eterno, nadie hizo el más mínimo ruido o movimiento. Solo
al final, cuando los palpitantes corazones parecían querer escapar de sus
pechos, cuando los nervios hacían insoportables la inmovilidad, todos
regresaron tímidamente a sus facetas de seres humanos racionales. Entonces
notaron lo que habían sido unos momentos antes, cuando habían perdido el
control de sus mentes. Concertaron en que debían establecer un orden al grupo
eligiendo un líder sensato que estableciese unas normas que ciñesen su
comportamiento dentro de los límites de cultura y civilización.
Agradecimiento: Tu corazón es mi premio.
No me gusta tener que poner esta entrada justo ahora, cuando tengo un relato empezado que va a quedar cortado. Pero no me aguanto agradecer por el primer premio que recibe este blog. En realidad no lo mereció por bueno. Fue sólo casualidad. Pero es un permio después de todo y no está demás la gratitud.
La frase de la imagen me parece algo rara, pero me gusta el sentido que tiene. Nunca se me había ocurrido algo parecido y me parece que tiene un tinte humorístico.
Sin dar más vueltas, explico las bases del concurso: Agradecer a quien me dio el premio y luego extender el premio a los últimos 10 comentarios del blog.
Gracias Juan Ojeda por el premio. Lo he leído poco pero me ha gustado su estilo. Estoy a la espera de una nueva historia que pueda empezar a leer desde el comienzo. Por ahora aprovecho para recomendar su blog a los demás lectores.
Extiendo el premio a los últimos 10 comentarios:
-MJ
-Irene Olmo
viernes, 2 de septiembre de 2011
¿Sociedad o lo de afuera? (Parte 1)
-¡Ha logrado pasar el muro! Estoy segura. –Dijo Isabel, casi llorando
-Alcanzará la puerta en cualquier momento.
-No puede ser posible. ¿Lo ha visto usted? –Le respondió Alberto, mientras
trataba de calmarla
-No. Tan sólo lo he sentido. Pero estoy segura que era…
-Tranquilícese –interrumpió Alberto – Le creo. Por ahora, si queremos
estar seguros, debemos bloquear la puerta. De ahora en adelante nadie podrá
salir al patio. Nos mantendremos aquí adentro hasta que todo pase. Reúna a
todos en el salón, para contarles la mala noticia.
En poco tiempo, mientras Isabel llamaba a todos los demás, Alberto,
con ayuda de José y Felipe, instalaron una barricada de muebles contra la
puerta principal de la mansión. Luego, utilizando las tablas de las camas,
taparon las ventanas de toda la primera planta. La única otra salida, una
pequeña puerta en la cocina que daba al patio trasero, también fue bloqueada
con otra pila de obstáculos. Al menos así evitaban que lo que había afuera
entrara a la casa, o al menos retrasaban tal suceso, que tanto temían todos.
En el salón estaban todos los habitantes de la mansión. José, el dueño
del aserradero, junto a su esposa Claudia. A su lado, en un envejecido sofá
estaban sentados Felipe, el notario y su mujer Amanda, Jorge, heredero de una
fortuna construida por su padre, con su novia Pilar. Luego estaban Luis y
Rafael, hermanos y dueños de 100 acres de tierra, donde se instalaban sus
compañías lecheras, ganaderas, agricultoras y demás. Eran quizá los hombres más
ricos de la región. Junto a ellos se
sentaban sus esposas, Victoria e Isabel. Finalmente estaba sentada Inés, mujer
de Alberto, quien en ese momento, parado frente al grupo se disponía a hablar.
A su lado estaban Lázaro, el mayordomo y Teresa, la criada, silenciosos,
curiosos y dispuestos a colaborar como siempre.
-Ha logrado pasar el muro –Comenzó Alberto mientras el silencio se
apoderaba de la habitación y veía como sus palabras caían como flechas que
asesinaban la esperanza de todos- Ha sido Isabel quien lo ha notado. Por eso
hemos cerrado todas las entradas. De ahora en adelante, queda prohibido salir
al patio. Nuestras actividades cotidianas se limitarán al interior de la
mansión.
Quejas, reclamos, llanto y desesperación fueron las cosas que
sobrevinieron al breve pero devastador discurso. A todos les resultaba absurdo
y casi imposible reducir sus vidas, reducir el espacio al interior de una casa.
Convivir tantas personas en un lugar tan limitado era imposible.
Todo había empezado unas horas antes. No llevaban allí más de unos
días, pero las cosas habían cambiado hasta un punto que resultaba increíble.
Estaban a punto de presenciar los efectos de su corta pero enloquecedora
estadía.
Algunos días antes, se celebraba el matrimonio de una de las hijas de
Felipe. Para ello, que mejor manera que invitando a los personajes de la más
alta sociedad, los más adinerados del pueblo, a una fiesta de lujo en una
ostentosa mansión. Esa tarde, envidia, derroche y orgullo se habían mezclado
con el humo del tabaco y el alcohol, dando lugar a una extraña fiesta de
apariencias, falsas máscaras de dignidad y elegancia. Nadie sabía que esa misma
noche, las circunstancias iban a reducirlos a una manada de animales, un grupo
de hombres primitivos, a las puertas del descubrimiento de algo que se llama
sociedad.
domingo, 28 de agosto de 2011
El extraño (Final alternativo III)
Escuchó un ruido detrás de él. Se volteó. No había nadie. Salió de la habitación, hasta el corredor que terminaba en la puerta principal del apartamento. Allí estaba su mujer. Descargó su abrigo y luego se dirigió a la cocina, para descargar unas bolsas que llevaba en ambas manos. No lo saludó. Ni siquiera lo miró. Esperó unos segundos allí parado, hasta que su mujer salió de la cocina. De nuevo no recibió una palabra. Ni un gesto de saludo. Le sorprendió la falta de calidez tan característica de ella. ¿Acaso estaba enferma? La siguió en silencio hasta la sala. Ella estaba sentada, en silencio, mirando a través de una ventana, por la cual solo se lograba divisar el grisáceo cielo de aquella mañana. Se sentó en el sofá, al otro lado de la habitación. La miró, pero ella no quitó sus ojos de la ventana. Trató de decirle algo, pero las palabras se ahogaron en su garganta. Su delicada cara, magullada por la edad, esa hermosa cara que había amado durante tantos años de matrimonio, estaba triste. Sin saber cómo reconfortarla, solo se le ocurrió pararse a su lado. Le puso una mano en el hombro, tratando de mostrarle que le daba todo su apoyo. Ella se estremeció. Lo miró a él. Pero no encontró su mirada. Notó que ella miraba el vació. Se quedó petrificado. Ella se volteó de nuevo. Tomó un retrato de la mesa que tenía al lado. Lo apretó contra su pecho y comenzó a llorar. Él no tuvo que mirar de quien era la foto que ella sostenía. Su corazón se aceleraba. Corrió a la habitación en busca de su libreta. La abrió. Vio que lo que había escrito hacia unos minutos ya no estaba allí. Ni lo que había escrito el día anterior, ni el anterior. Se dio cuenta que la última idea había sido escrita muchos años atrás.
jueves, 25 de agosto de 2011
El extraño (Final alternativo II)
No supo por cuánto tiempo había estado ahí parado. Se había perdido, mirando la ciudad mientras buscaba en lo más profundo de su mente. Al volver de lo que le parecía había sido un letargo, la noche se acercaba a un nuevo final. La cantidad de personas y carros abajo aumentaba, mientras todos viajaban a su trabajo. Encontraba muy entretenida esa hora del día pues casi podía ver el afán de la ciudad al saber que ya empezaba una nueva jornada. Todos como robots, que iban apurados a sus lugares. El sonido de las bocinas se elevaba por entre los edificios, hasta llegar a su ventana.
Repentinamente, sintió un impulso. Sin entender completamente que hacía, tomó su abrigo del perchero que había junto a la puerta de su apartamento. Cerró con llave y bajó. Se sentía guiado por una fuerza, pero no creía en esas cosas. Estaba seguro que la fuerza que lo guiaba era él mismo. Bajó por las escaleras. El ascensor no era lo que necesitaba. Por las escaleras era un descenso preciso, llegaría al primer piso en el momento justo. El tiempo que tardase dependía únicamente de la velocidad de sus pasos. Pero en el ascensor estaba expuesto al azar. En cualquier momento alguien más podía presionar el botón y entonces retrasar su viaje al primer piso.
Al llegar allí, saludó con un gesto casi imperceptible al portero. En la puerta principal se encontró con una anciana del edificio que también iba de salida. Pero, contrario al protocolo social, se adelantó a la mujer, casi empujándola hacia un lado, sin sostenerle siquiera la puerta. Era un retraso que no podía permitirse. Cruzo la calle sin asegurarse que no venía ningún carro. El chirrido de unas llantas y los insultos de un conductor no le importaron. Tenía que llegar al lugar donde iba en el momento preciso, ni un segundo antes ni un segundo después. Una cuadra más arriba, en el borde de la acera había una mujer parada junto a un poste, esperando el cambio de luces para poder cruzar a salvo. La vio desde varios metros y supo que era su objetivo. Aceleró sus pasos, al ritmo de su corazón. Llegaba tarde. Se agotaba el tiempo. Unos metros más. La embistió como un animal. Ella cayó hacia delante. Él a su lado, también sobre el pavimento. Un estruendo. Varios carros tratando de frenar. Algo que se estrellaba produciendo un fuerte ruido. Aturdido por el frenético ritmo de los sucesos, tardó unos segundos para reconstruir la escena a partir de los elementos que lo rodeaban. Estaba a pocos centímetros del lugar donde unos instantes antes estaba la mujer. El poste ya no estaba. Un camión había barrido con este antes de estrellarse contra un muro. La mujer lloraba. No paraba de agradecerle. De no haberla empujado, ya no estaría allí.
Sin comprender muy bien, desconcentrado por los curiosos que se acercaban al lugar, se dio cuenta que lo que acababa de hacer era un pequeño aporte a la gran máquina que llamaba universo. Salvar a aquella mujer permitía a la ciudad continuar tal y como era el día anterior.
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