lunes, 30 de mayo de 2011

El apego del amor

Llegó a su casa al atardecer. Había estado desde muy temprano en la mañana y ya sentía ganas de estar en su hogar de nuevo, en parte por el cansancio que sentía, en parte por ver a su mujer. Al abrir la puerta se encontró con esa demacrada figura que lo recibía a diario, cada vez más cadavérica. Su piel lívida, sus ojos cansados y rojos tras unas grandes ojeras, el pelo desordenado. No sabía porque pero en los últimos días su mujer había perdido la alegría que la había caracterizado y había empezado a convertirse en un ente ajeno al mundo, en completa decadencia. Su situación le preocupaba. Se acercó en silencio hacia el sofá donde estaba sentada, observando el televisor apagado. La besó suavemente en la mejilla. La tristeza y la incertidumbre lo invadieron. Su cara no era más que un frío pedazo de carne y su expresión inmutable, no expresó la más mínima alegría tras el beso. Extrañaba esos días en que al besarla, su mujer le regresaba una mirada llena de amor y una hermosa sonrisa. Pero ahora era como vivir con un muerto. Resignado, descargó el saco en el comedor mientras se daba cuenta que los platos del desayuno seguían iguales a como los había dejado en la mañana. El suyo no tenía más que un montón de sobras. Pero junto a su puesto, aún seguía la taza de café, los huevos y el pan, todos fríos como la bienvenida que había recibido. No dijo nada. Simplemente se limitó a llevar los restos a la cocina y lavar todo. Sirvió una cena ligera. Luego la invitó a la mesa. Ella, sumisa se acercó al comedor con pasos desganados y silenciosos. Pero mientras él comía, ella no llegó a tocar su plato.
-Debes comer. Te enfermarás si no lo haces. María, mira tú estado. No quiero que algo malo te suceda. No quiero perderte.
-¿No me quieres perder? ¿Acaso no crees que para eso ya es muy tarde?
Él le devolvió una mirada desconcertante, con un poco de odio y un poco de tristeza.
Al terminar ella se fue al sofá y él a lavar los restos. Luego regresó a la sala y se sentó junto a su mujer. Tomó su mano y la envolvió entre las suyas mientras le daba suaves caricias. Pero su manos eran frías y a pesar de ser delicadas las sentía pesadas. Le habló, expresándole su preocupación. Ella solo lo miraba, con su rostro inexpresivo y esa mirada tras la cual no parecía haber alma. A veces sentía que estaba hablando solo, frente a un maniquí. De nuevo mantuvo una larga y sincera conversación pero ella apenas murmuró palabra. Solo al final dejó escapar una lágrima y a él le pareció que ese gesto le demostraba que aún era humana.
-¿Por qué no me dejas ir?- le preguntó ella con una voz melancólica. -Quiero descansar, por favor.
 El sentía que sus palabras eran implacables flechas que lo herían en el corazón. -¿Por qué? ¿Acaso no fuimos felices por tanto tiempo? - No puedes ser tan egoísta. Te he regalado la mayor parte de mi vida. Treinta años juntos y de repente quieres dejarme. Acaso ya no te hago feliz.
-No es mi culpa. Perdóname. Sabes que no ha sido mi decisión. Son las circunstancias. Fueron una sucesión de cosas. Por favor.
Mientras rogaba y lloraba inconsolable, había regresado un poco al mundo de los vivos. Se había movido y sus manos se daban pequeñas caricias. Por un momento su aspecto pálido y demacrado había desaparecido tras las muestras de sentimientos, incluso aunque estos fueran de tristeza.
-No puedes irte. Yo te lo ruego a ti- le respondió él mientras las lágrimas comenzaban a escapar de sus ojos. Después se quedaron en silencio, mientras la oscuridad de la noche se hacía más densa. Por un momento estaban aislados del resto del mundo, conectados únicamente por sus miradas y sus manos.
Luego de un rato él se fue a dormir y al poco tiempo sintió cómo su mujer se deslizaba calladamente entre las sábanas, casi imperceptible, sin mover siquiera un poco la cama.
Una pesadilla lo sacó del sueño. Se levantó exaltado. Miró a su lado y no encontró más que el vacío y helado espacio de su mujer. A través de la ventana logró divisar la noche, opaca por la lluvia que caía. Se paró de la cama algo preocupado por ella. Se dirigió al sofá y allí estaba ella, igual que siempre, sentada mirando la pantalla negra del televisor mientras observaba quizá su inmóvil y exangüe rostro. Sin voltear, le habló.
-No es tu decisión, tampoco la mía. Simplemente es así y no hay nada que se pueda hacer.
Se paró y se dirigió hacia la puerta. Él la miraba confundido. Ella abrió y salió. Entonces él corrió y la agarro de un brazo, algo enfadado.
-¡No dejaré que me abandones!
La arrastró de nuevo a la cama y luego fue por un lazo que tenía guardad para amarrarla de un tobillo a una de las patas de la cama. Ella no opuso resistencia. Él se acostó de nuevo. Ella se quedó sentaba en la cama, mirando a través de la ventana, añorando la libertad que la esperaba allí afuera.
Al día siguiente él partió y temiendo que ella escapase, la amarró de la calefacción. Decidió regresar temprano a casa, pues seguía preocupado por la situación de la mujer.
Aquí yace María, amada hija, hermana y mujer. Su decisión la alejó demasiado pronto. Invadido por el terror la miró a ella. Solo pudo ver que llevaba una soga envuelta alrededor del cuello.

Por Camilo

martes, 24 de mayo de 2011

La espina de la rosa roja

Sus pies ya no podían más. El terreno hostil, una carga tan pesada y tanto tiempo corriendo habían acabado por completo con su resistencia. Estaba agotado pero  la adrenalina lo obligaba a seguir. No había luna en el cielo y sólo las estrellas iluminaban su camino.
En sus brazos llevaba a su amada. Ella llevaba un hermoso vestido blanco. Su delicada piel se había tornado blanca. Los ojos cerrados y los sutiles rasgos de su rostro le daban una apariencia de total calma. Parecía muerta, pero no lo estaba, aún no. Cada vez que le fallaban las piernas, él se detenía solo por un momento y se permitía descansar unos segundos mientras buscaba temeroso la débil respiración de aquella hermosa mujer que tanto amaba. Sentía alivio al sentir su cálido aliento en su mano pero de nuevo reiniciaba su viaje con afán, pues sabía que de su velocidad dependía la vida de ella.
El cuerpo de ella parecía un juguete. Los brazos y las piernas se movían libremente mientras sus cabellos jugueteaban con el viento, cada vez más frío e implacable. En el pecho tenía una herida, justo en el corazón. Era pequeña pero letal. La sangre brotaba incontrolada por aquel pequeño orificio  por el cual también se escapaba lentamente su alma.
Iban por un desolado pasaje. La densa neblina la negaba ver más allá de unos metros por lo que corría con cautela, siempre atento a lo que la nada más allá de la bruma le lanzase. El cuadro era siniestro. Parecía un héroe escapando del averno, regresando del más allá con el alma de su difunta amada, mientras era seguido por el invisible fantasma de la muerte.
Cuando llegó a su destino, se detuvo para comprobar que ella aún vivía antes de tocar a la puerta. Un anciano, que inspiraba grandeza y sabiduría, le abrió la puerta. Solo le bastó ver la sangre seca en el vestido para saber el motivo de aquella visita en medio de la noche. Sin intercambiar palabra lo invitó a seguir. Adentro el aire era un poco más cálido y acogedor. Pero detallar la habitación le causó pánico. En el centro había una improvisada camilla, manchada con la sangre de un sinfín de personas que habían pasado por allí, terminando con finales felices o tristes en su visita. Junto a la camilla había una mesa de madera cuyas patas metálicas estaban oxidadas, dándole un aterrador aspecto. Sobre esta solo bastaba un vistazo para encontrar rudimentarias herramientas quirúrgicas que despertaban las más aterradoras historias en la mente de quien las mirase. El anciano, único médico de la región, le ofreció al hombre una taza con un extraño líquido caliente mientras lo llevaba a la habitación del lado para luego cerrar la puerta y dejarlo sólo. Se sentó en una banca que había contra una pared. Un pequeño candil iluminaba tenuemente el recinto, dándole un amarillento aspecto mientras las sombras inquietas danzaban al ritmo de la silenciosa música de la llama. Solo entonces tuvo la oportunidad de revivir todos los eventos que lo habían llevado allí.
Una rosa, ¿cómo algo tan delicado podía causar tanto daño? Bajo su belleza ocultaba las dañinas espinas. Era eso lo que había herido a su amada. Él le había regalado una rosa. Y se había pinchado con una de las espinas. Una pequeña herida que se había convertido en el hontanar de aquel líquido rojo brillante, sinónimo de muerte, que se había confundido con los pétalos marchitos de la flor. Todo era su culpa, por haberle llevado esa rosa, la más grande que encontró en el jardín. Recordaba que la había escogido desde que era un tímido retoño y la había cuidado diariamente. Y luego, cuando estaba lista para ser cortada, la había guardado hasta que estaba a punto  de ajarse. Solo entonces había ido a la casa de ella, con las manos en los bolsillos mientras cuidaban de no herirse con la fría e implacable espina. Al llegar le había ofrecido la agostada rosa, símbolo de su marchito amor. Al sacarla de su bolsillo, los pétalos habían caído lentamente, mientras estiraba su mano contra su pecho, sintiendo su calor mientras el filo se clavaba directo en su corazón y la sangre comenzaba a brotar.
Sin darse cuenta, mientras repasaba la historia, se llevó las manos a los bolsillos y se extrañó de encontrar un objetos a cada lado: A su derecha extrajo la rosa y a su izquierda extrajo su maldito puñal, fría espina que había manchado con el rojo de la rosa.

Por Camilo

lunes, 23 de mayo de 2011

Un instante de eternidad

Todo es azul, tu pierna busca la mía, ¿querrá impedir que nade o simplemente lucha por no quedarse allí cuando empiece a volar?

Los rayos naranjas comienzan a buscar nuestras pieles pero estos son evadidos por la gracia de nuestros movimientos. Los colores caen, el tiempo huye, nos sujetamos y vivimos.

La ausencia de colores empieza su ataque sin piedad. Pero mientras estos latidos y pensamientos vivan, todo será completamente azul.

Te lo prometo.

Por: Juan Diego

Te vi

De nuevo ese sol por mi ventana y me apresuro como cada domingo a verte pasar.
Tu aroma es a veces lavanda, otras es dulce canela y he notado en algunas pocas ocasiones, en las que tu esencia se torna amarga, anisada.
Pero hoy, como cuando te encuentras feliz, es cítrica e increíblemente agradable.
Así es tu aura. Deja su estela. Un aroma tan contagioso y exquisito que ni dios haría una descripción fiel sobre el papel.

Sigue tu mejor puesta en escena de unos quince segundos. Después de tu avistamiento pasas
tu aterciopelada y reluciente pero cálida mano por tu pelo, que sufre un hipnotizante balanceo, atrayente, casi con vida, con cadencia y seductor, seguido de tu mirada. Nada más que eso.
Tu mirada. La que detiene el tiempo, en la que veo mil y un universos, infinita como los bosques y cálida como la hermosa playa.

Primero juegas a ser la tímida y clavas tus ojos en el suelo, para luego enredar tu campo de visión con el mío, pues miras hacia arriba y extiendes las comisuras de aquellos labios húmedos carmesí. Y yo me vuelvo a morir.
Me conviertes en todo. Lo soy todo.

Y así te vas y así desapareces.
Contaré los días, las horas, los minutos y segundos
a ver si el próximo domingo me vuelves a matar.

Por Daniel Jaramillo.

Vino

Dame de tu vino
añejo y amargo
uva de antaño
fragancia del sur.

Quiero embriagarme lentamente
en un torrente elegante
de copa a boca
y perder mi lucidez.

Hoy, celebro tragedia
tu eterna ausencia
celebro que te lloro
que se me hace imposible de ti
recibir amigable abrazo.

pero dame de tu vino
que en el se ahogan:
tu cara, tus ojos y tu presencia
e ingresan en baile
sensaciones pícaras
de felicidad vino tinto
y recuerdos del viñedo.

Por Daniel Jaramillo.



sábado, 21 de mayo de 2011

Me ama...no me ama...

Una suave brisa arrastraba delicadamente las hojas secas de un árbol cercano. Y era ese el único movimiento de aquel marchito paisaje. Parecía como si la vida huyese de aquel lugar y solo tonalidades tristes tiñesen el horizonte.
El cielo se estaba tornando opaco. Pero aquella solitaria figura lo ignoraba por completo. El joven entraba con total armonía en el mustio cuadro.  Tenía la cabeza gacha, haciendo que sus cabellos juguetearan con el viento. Su cuerpo permanecía inmóvil a excepción de sus manos. En la izquierda sostenía una margarita y con la derecha se disponía a hacer ese reconocido juego. Se sentía tonto y sabía que los resultados no eran más que absurdas conclusiones pero de alguna manera se sentía obligado a hacerlo, como si quisiese corroborar algo que ya sabía. Había permanecido allí por varios minutos, sus manos  prestas a comenzar. Pero no lo hizo hasta que el sol se ocultó tras la línea marcada por las distantes colinas y todo quedó dominado bajo aquella luz grisácea que le precede a la noche.
Al comenzar, ninguna emoción dominaba su ser. Pero sabía que en el transcurso del juego iba a revivir olvidadas sensaciones. Sin prisa, empezó.

-Me ama –dijo en un murmullo mientras arrancaba el primer pétalo de la flor. “La primera vez que la vi, fue un momento mágico.  Era demasiado romántico, pero no lo encontraba chocante. Su belleza me había cautivado. Fue en el parque, junto al lago. Recuerdo que estaba acostado sobre el pasto, leyendo un libro. En ese momento levanté la vista y miré el camino que serpenteaba por la orilla. Ella caminaba lentamente, admirando el paisaje. Al principio, su oscuro cabello ocultaba su rostro. Pero se volteó y me miró. Su mirada aceleró mi corazón.  Quedé absorto, como si estuviese observando el paraíso mismo. Ella sonrió. Intenté imitarla pero encantado con su belleza apenas pude mostrarle una estúpida mueca. Me ruboricé. Ella se rió aún más.
-No me ama – dijo arrancando el siguiente pétalo. “Sentí deseo de mirarla eternamente. Verla reír, aún cuando se burlaba de mí, fue maravilloso. Su dulce rostro tras aquella encantadora sonrisa me tranquilizaba.  También me reí. Inesperadamente asumí una conexión. Tontamente pensé que también ella se había enamorado. Pero fue como una puñalada en el corazón verla seguir por su camino, como si lo que acababa de ocurrir hubiese sido algo sin importancia.
-Me ama. “Al día siguiente compré un ramo de flores y regresé al mismo lugar a la misma hora, esperando volver a verla y por supuesto invitarla a sentarse a mí lado. Pero nunca paso por allí. Y sin embargo, como un completo tonto, regresé día tras día. Las flores marchitaron pero compré más. Una semana después, con el alma debilitada y pronto a desistir, la volví a ver. Decidido a no desperdiciar nuevamente el momento, esperé a que ella también me mirase y con un gesto la invité a sentarse a mi lado. Cuán grande fue mi alegría cuando accedió. Hablamos de muchas cosas, mientras mi corazón latía fuertemente al tenerla cerca. Terminando la tarde la besé.
-No me ama. “Noté duda en su reacción. Al principio permitió el beso. Pero luego apartó mi rostro con su mano. Dijo que estaba comprometida. Fue devastador. Me contó que su padre, un adinerado hombre del pueblo, había cuadrado su unión con un hombre de sangre noble. Y yo, un humilde lacayo sin oportunidades en el mundo  no tendría nada mejor que ofrecerle. Mi alegría se deshizo como un puñado de cenizas al viento. Intenté ocultar mi decepción, pero creo que ella lo notó. Pronto nuestra conversación llegó a su fin y tomamos caminos diferentes. Mirarla mientras se alejaba solo sirvió para destrozarme más. Arrojó el ramo que le había obsequiado al lago. Mi ánimo se hundió más rápido de lo que lo hicieron las flores.
-Me ama. “Aunque me sentía derrotado, no podía dejarme vencer sin antes haber dado la pelea. Regresé al parque con la intención de volverla a ver. Esperé varios días hasta que de nuevo la vi y la invité a sentarse a mi lado. Nuevamente hablamos toda la tarde. Ambos eludíamos hablar sobre su matrimonio, como si lo hubiésemos acordado. Me complacía verla reír. Nuestra conversación fue aparentemente agradable pues sin darnos cuenta cayó la noche. Ella se sorprendió y detuvo súbitamente nuestro encuentro. Dijo que debía haber llegado a casa mucho antes y temía que la fuesen a reprender. Apenas me pude despedir mientras la veía caminar apresuradamente. Le grité que allí mismo la esperaría el día siguiente.
-No me ama. “Esperé impacientemente toda la tarde. Pero ella no aparecía por ningún lado. De repente se me acercó un hombre y me entregó un papel. Me advirtió que debía guardar el secreto y no decirle a nadie de quien había lo recibido. Impacientemente lo abrí y extraje una nota. Era de ella. Había sido castigada. Había dicho que su retraso se debía a que se había quedado dormida en el parque. Sabía que si su padre se enteraba de nuestros encuentros,  mi muerte sería inminente. Y por mi seguridad había decidido dejar de visitarme. Una vez más había destrozado mi corazón. Pero se me ocurrió algo muy arriesgado.  Busqué al hombre que me había dado el sobre y logré verlo. Ya estaba algo lejos. Corrí tras de él y lo seguí hasta una elegante mansión.
-Me ama. “Me escondí tras un árbol de modo que los dos soldados que custodiaban la puerta no me viesen. Miré la casa, esperando encontrar la ventana de su habitación. Sin argumentos, había asumido que ese era su hogar. Me sentí el hombre más afortunado al ver que ella se asomó por una de las ventanas del segundo piso. Esperanzado, comencé a agitar los brazos hasta lograr captar su atención. Ella me vio y sonrió. Reconocí en aquella sonrisa la alegría que sentía al verme."
-No me ama. “Pero luego me miró con lástima. Junto a ella apareció un joven (probablemente su prometido) y ella lo abrazó cálidamente mientras me miraba por encima de su hombro. Aquel gesto deshizo hasta la última esperanza que me quedaba. Me quedé allí, estupefacto, esperando a que el hombre se retirase. Mi mente era una confluencia de ideas pero tomé una decisión. En el mismo papel que ella me había enviado la nota, escribí en la parte de atrás un nuevo mensaje. Le rogaba que me concediese un último encuentro. Envolví una piedra con la hoja y al cerciorarme de que no había nadie en la habitación, la lancé.”
-Me ama. “Al día siguiente acudí al lugar donde la había citado, deseando fuertemente que también ella asistiese. Llegué unas horas antes de lo que le había dicho para preparar bien lo que quería hacer. Una vez que todo estaba listo, muy ansioso, me senté a esperarla. Había escogido un sitio apartado y algo desconocido, por lo que su tardanza no me extrañó. La vi salir tras un giro del sendero, algo tímida y dubitativa. Me alegró saber que había hecho caso a mi invitación. Sin darle más giros al asunto me dirigí directamente a lo que quería decir.
-No me ama. “Solo quería darle una última oportunidad a la relación que no había permitido nacer. Pero se negó tajantemente. La besé, agarrándola con mis manos para evitar que se negase. Me abofeteó. Fue aquello lo que más aflicción me causó. Si el mundo no me permitía contemplar su belleza, entonces yo no se lo permitiría al mundo.  El dolor y el arrepentimiento me inundaron.

Aún sostenía el tallo de la flor en su mano izquierda mientras repetía esa última frase: “No me ama. No me ama. No me ama…”. Aquel estúpido juego solo le recordaba algo que ya sabía. Y por saberlo era que acababa de cometer al más vil acto. Se sentía afligido pero no arrepentido. Sabía que hacerlo había sido necesario, aún siendo doloroso. El viento le arrebató el último pétalo de su mano derecha. Dejó caer el desnudo tallo sobre la recién cavada tumba mientras sentía sus manos sucias. Su rostro, al igual que su alma, estaba devastado  por la melancolía. Caminó hacia un árbol cercano, se subió a un banquillo y envolvió el letal lazo alrededor de su cuello. Y fue allí, bajo las últimas luces del día que terminó la trágica historia de una relación de amor sincero que nunca pudo ser.
Por Camilo

miércoles, 18 de mayo de 2011

Alegría de colores

El siguiente es un texto tomado del blog Be corta. El texto surgió de un "juego" que consistía en construir un cuento así: El autor del blog daba la primera frase y en los comentarios cada persona añadía la siguiente. El resultado ha quedado bastante bien.

"Puedo respirar alegría, pero no oler un color. A diferencia de la alegría, los colores siempre me fueron esquivos, no sólo a mi olfato, a todos mis sentidos. Y así me paso noche y día, oyendo colores sin melodía, palpando colores sin textura, pero aún así la alegría perdura. No sé si perdura, o lo quiero imaginar.
El color más fuerte, es el de tu alma... (lo podrás imaginar). Y aunque no pueda olerla por ser un color, respiro de ella la alegría de saber que estás a mis pies. O en mis pies, tal vez, pues estás en cada paso mío, en cada roce, en cada espera, y hasta en esos colores huidizos -siempre delante mío, horizonte posible. Y como todo horizonte, perdido e inalcanzable, que se corre con mis pasos yo camino derecho, tratando de oler el color de tu alma, con una alegría tonta, falsa quizás, que parece ser todo lo que me queda.
Fraseado de tintes bajos con una puerta de agua y una ventana tapiada; así de solo ceno un domingo. Es que el color de la alegría es inodoro e incoloro. La tristeza, por otro lado, se viste siempre de colores fuertes. Pero que con tu compañía fácilmente se disuelven de nuevo en el color de la alegría. Hasta que se hace transparente, y parto a buscarte una vez más."

Autores: Agustín, Edgardo, La Maga, Pía Baroja, Aurora Cabali, Mi otro yo, Leo, Fgiucich, Lucas Fulgi y Camilo.

lunes, 16 de mayo de 2011

De un sueño

Esta frase la "escuché" en un sueño y al despertar la anoté antes de que se me olvidara, como suele suceder con estas cosas. Me gustó bastante así que aquí la comparto:
"El mundo desconocido ultimamente se está conociendo muy bien"

viernes, 13 de mayo de 2011

Fuga existencial (Parte 3)

El día siguiente fue una total agonía. Desde que despertó, estuvo totalmente ausente. Su mente solo pensaba en una cosa: ¿Qué ocurriría aquella tarde? Pensaba en la mujer que tanto odiaba, pero no encontraba una razón. Le resultaba extraña esa relación, si es que podía llamarse así, que había llevado con ella. Sentía como si la conociese de siempre. Sabía que la había apreciado. Era especial. Pero poco a poco había empezado a volverse molesta. Era como si su existencia fuera un estorbo que no le daba tranquilidad.  Era una sensación agobiante, pensar que si iba al café, ella iba a estar allí, siempre encontrándose con su mirada. Quería detener ese enfermizo nexo. Sabía que solo su muerte le podía dar el sosiego que tanto anhelaba.
Se sorprendió notar que sus manos se habían cerrado en puños y las apretaba tan fuerte que casi se hacía daño. ¿Tanto la odiaba? Trató de calmarse un poco, pues sabía que debía ser prudente. No quería levantar sospechas que llevasen al fracaso de su plan.
La tarde llegó luego de un día que había parecido eterno. Sin embargo, mientras caminaba hacia el café, reflexionaba un poco. Y le parecía que, después de todo, su relación había sido muy corta, como un fugaz relámpago.  Pero los pasos iban acercando más el momento inminente. Pronto perdió toda noción de su alrededor. Su corazón parecía un animal descontrolado en su pecho. Le parecía escucharlo como un enloquecedor tambor, exhortando  su mente a ese frío acto que se disponía a hacer.
Y en menos de lo que esperaba, ya estaba allí, frente al café. Pero sus nervios traicionaban su cuerpo. Así que decidió sentarse para tranquilizarse un poco. Extrañamente se sentó en la misma mesa de siempre y casi por instinto dirigió su mirada a ese lugar. Y allí estaba, la misma mirada inquietante e impasible. No era que esperase no encontrarla allí. Extrañamente, sabía que ella iba a estar. De repente ambos rostros estaban sonriendo. El de ella, como si se burlase de lo que se disponía a hacer y el suyo un tanto irónico, al ver que ella estaba viendo directamente a los ojos a su verdugo. Por varios minutos las miradas estuvieron en total sincronía. Fijas una en la otra, ninguna sin intenciones de ceder. Su corazón cada vez más rápido y estremecedor. Un vacío en el vientre, de temor ante el final que se disponía a darle a la existencia de su relación. Toda su aventura inicial, tal como lo temía, iba a terminar en una catástrofe. Decidió que era el momento. Mientras mantenía su rostro impávido, deslizo cautelosamente su mano hacia el bolsillo hasta encontrarse con la fría cuchilla. La sacó y la sostuvo bajo la mesa. La sentía pesada, pero era algo casi psicológico, al  notar que todo se descargaría en el filo de aquella navaja. La acarició un poco, como si eso fuese a tranquilizarla.
Se paró de la mesa y por un momento perdió de vista a su víctima. Pero sabía dónde estaba. Caminó hacia adentro, buscando el lugar donde la había visto siempre. Se estrelló con un hombre y por poco cae al suelo. Pero se apoyó con una mesa y apretó más la cuchilla, queriendo asestarle el golpe al ser que acababa de pasar. Pero se contuvo y prosiguió en la dirección que quería. Dio incontables pasos antes de llegar allí. Y se encontró de frente con ella, sus miradas llenas de odio. Sin siquiera detallarla más envió el golpe mortal. Cerró los ojos y aturdida por la ira golpeo una, dos, tres y más veces hasta que su cuerpo no pudo más. El momento fue demasiado rápido. El ruido de un espejo que se hacía añicos mientras sentía la mortífera frialdad de su cuchilla clavarse en su propio vientre, terminado con su propia vida, librándose al fin de esa existencia que tanto la había agobiado. Pronto sintió tranquilidad. El dolor era apenas perceptible. Sus piernas sucumbieron y se desplomó. Pero no sintió nada. Estaba satisfecha por haber logrado lo que quería. La apacible muerte borró el bullicio del lugar. Abrió los ojos y sonrió, mientras la niebla del fin engullía todo.
Una confundida multitud se reunió curiosa y temerosa alrededor de la mujer que acababa de suicidarse.  Pero ella por fin tendría paz.

lunes, 9 de mayo de 2011

Fuga existencial (Parte 2)

El día siguiente transcurría tan normal como siempre. Parecía que su aventura había sido un sueño. No quedaban vestigios de ello en la monotonía que había querido romper; y sin embargo apenas lo notaba. Ya no sentía la desesperación, ya no percibía su vida como una celda sin salida. Después de todo, el incidente del día anterior había cumplido su función.
Esa tarde regresaba a su casa por el camino que había seguido usualmente. Sus pensamientos absorbían su concentración y apenas percibiendo la realidad, iba repitiendo poemas, como acostumbraba. De repente se detuvo y se dio cuenta del lugar donde estaba. Sintió desconcierto. Estaba junto al café, en la misma plaza que había estado el día anterior. Sintió náuseas, por lo que decidió sentarse solamente por un momento y tomar tal vez un vaso de agua. Notó que estaba en la misma mesa que antes. Llegó lo que había ordenado. Sus manos temblaban y un sudor frío le corría por la frente. Advirtió que tenía miedo del cambio y lo que acababa de hacer era precisamente eso. No quería volver sus visitas algo habitual. Quería su antigua vida. Se tranquilizó. Era solo una visita a un café. No había nada de malo en ello. Ordenó un café. Decidió que debía disfrutar un poco del ambiente. Sacó un pequeño libro que llevaba en su bolsillo y la realidad a su alrededor desapareció tras las primeras páginas.
El mundo regresó cuando el mesero trajo lo que había pedido. Levantó su mirada del libro y fue cuando la vio. Allí estaba ella, la misma mujer que había visto el día anterior, sentada en la misma mesa, mirando directamente a sus ojos. Le pareció muy extraño. Ya no era divertido. Pero no se permitió perder el control. No quería desembocar el miedo, pues le agradaba el lugar y sabía que sucumbir ante el pánico daría un final definitivo a sus visitas. Regresó a su libro. Eventualmente miraba a la mujer y siempre se encontraba con sus ojos.
Nuevamente las luces del ocaso se esfumaron en la noche y bajo este cielo regresó a su hogar.
Esperó con ansias la tarde del día siguiente. Esta vez su regreso al café fue voluntario.  Sacó el mismo libro y eligió la misma mesa en la que había estado en sus visitas previas. Pero ocurrió de nuevo. No había abierto el libro cuando vio de nuevo a la mujer. Y como siempre sus ojos se encontraron. Trató de sostenerle la mirada pero no parecía ceder. Finalmente tuvo que quitar su mirada, sintiendo humillación e inquietud. Inesperadamente sintió fastidio. Odiaba a esa mujer. La detestaba por estar allí, por encontrar su mirada perturbante. La quiso mirar una vez más pero fue incapaz. Se paró sin terminar su café y corrió a su casa.
Allí sacó el libro del bolsillo donde acostumbraba llevarlo y en lugar de este metió un cuchillo.

domingo, 8 de mayo de 2011

Fuga existencial (Parte 1)

Su vida se había convertido en una completa rutina y se daba cuenta de ello. Por eso decidió un día hacer algo diferente, algo que rompiese con el incesante ciclo que tenía su mente al borde de la locura. Camino a casa luego de salir de trabajar, se debatía si en verdad era necesario o era una obsesión sin fundamento. Llegó a creer que le temía al cambio, como si esperase algo malo por salir de la monotonía. Varios días estuvo a punto de desviarse, de buscar un camino diferente, un pequeño cambio. Fue luego de algunas semanas cuando logró girar a la derecha, cuando debía ir a la izquierda. Le pareció que había sido un acto involuntario, aunque le costó convencerse de ello. Pero haberlo hecho fue como haber salido de un cascarón; sintió alivio, un poco de temor y nervios tal vez, pero siguió por su nuevo camino. Seguía firme con la idea de su pequeña hazaña.
Siguió avanzando unas calles más y pronto llegó a una tranquila plaza, cuya existencia había ignorado hasta ese momento. A pesar de la hora, el lugar estaba bastante solo. Se fijó en un pequeño café. Decidió sentarse allí y descansar un poco, para gastar tiempo y a la vez contribuir de cierto modo al motivo inicial que había causado su visita a tan particular sitio.
Se acercó con timidez al café. Notó que adentro había bastante gente a pesar de lo pequeño que era el lugar. Pensó en que tal vez sentiría asfixia allí dentro, entre tantas personas. Se decidió por ubicarse afuera, en alguna de las mesitas, de las cuales dos o tres estaban ocupadas. Seleccionó la silla que le permitiese ver hacia adentro, dándole la espalda a la plaza. Repentinamente había sentido el antojo de observar el tipo de personas que había en el café, quizá con la intención de decidir si eran de su agrado y así determinar una posible visita periódica al lugar. Ordenó un latte y unos pastelillos, que no tardaron en llegar. Se tomó el tiempo que quiso en comerlos, disfrutando un sabor que le parecía exquisito, probablemente exaltado por la experiencia, por ese sentido de satisfacción que le generaba el haber cumplido su propósito. Estaba por empezar el segundo pastelillo cuando notó que en una de las mesas de adentro había una mujer que no le quitaba la mirada de encima. Le pareció algo divertido. Pensó que la mujer tenía una apariencia atractiva. También la miró directo a los ojos. Era un pequeño juego, algo que de alguna manera coincidía con su objetivo inicial.
Los rayos crepusculares, que tornaban el momento en una extraña atmósfera rojiza no tardaron en desaparecer y tras ellos llegó la fría noche. El lugar también cambió. Dejaron de circular tazas humeantes y aparecieron las botellas y las copas. Pero el alcohol no era de su agrado. Pagó lo que había consumido, miró por última vez a la mujer y abandonó el café, luego de una aventura fructífera. Sin más desvíos, se dirigió directo a su casa y no le platicó nada a su familia acerca de aquella tarde. Se excusó de su ausencia argumentando un retraso en el trabajo. Nadie pareció dudarlo.

martes, 3 de mayo de 2011

Vida súbita

De niño era una persona de curiosidad voraz. En el pequeño pueblo olvidado por la civilización, su infancia fue apenas un suspiro. Era una persona de grandes aspiraciones y pronto se dio cuenta que aquel lugar era demasiado pequeño, demasiado simple, demasiado sencillo. Y fue el mismo día que se convirtió en adulto que decidió irse de allí a buscar un futuro más próspero, una vida más merecida para su gran inteligencia. Bajo un sol radiante aquella mañana, sin haberlo preparado y sin la intención de aceptar un no como respuesta, le presentó a su familia la nueva vida que se disponía a comenzar. Con un beso cálido de su madre en la frente, la mirada triste tras el rostro impasible de su padre y las inocentes risas de su hermano pequeño que no comprendía el significado del momento, salió por última vez de su casa. El camino sería largo, pero lo llevaría lejos de allí. Miró por última vez su hogar: Su madre barriendo el corredor, su hermano jugando a la pelota, su padre oyendo la radio. Eso y la sencilla vida del pueblo fueron el recuerdo que guardó mientras una lágrima se resbalaba por su mejilla.
Pero su vida fue buena. Un ritmo maravilloso, éxito, fama, fortuna y felicidad pronto se convirtieron en sensaciones más fuertes que fueron borrando la nostalgia de su niñez. Pronto olvidó aquella vida sencilla que había llevado.
Pero un día, ya siendo anciano, pronto a expirar satisfecho su vida, recordó, por un resabio del destino, todo lo que había dejado atrás. Decidió que debía morir sellando en su mirada el lugar que lo había visto nacer. Regresó sin compañía por el mismo camino que había seguido cuando apenas era un soñador. Tras una colina se asomaron en el horizonte los rojizos techos de su pueblo. Seguía siendo el mismo lugar, pero él en cambio, era una persona diferente. De repente se encontró frente a su casa. Una mujer barría el corredor, un niño jugaba a la pelota y un hombre oía la radio. Aturdido por aquella imagen, negó las lágrimas de sus ojos, pero su mirada igualmente se volvió borrosa, oscura. Se desplomó allí  aquel hombre, de cuerpo y alma desgastados, en el pueblo sencillo que nunca dejó de ser el mismo.
Por Camilo

lunes, 2 de mayo de 2011

Solo

Le gustaba el silencio y la soledad que había dentro de su mente. Solo allí podía estar tranquilo. Era el único lugar donde nadie mas lo encontraba. Era allí donde podía estar tranquilo, donde podía pensar o hacer (si era posible) sin el temor de ser observado por ojos amenazantes, sin miedo de ser recordado para siempre en los actos de su más íntima versión de sí mismo. Era allí el único lugar donde se encontraba su forma más pura, sin cambios provocados por el exterior.
Le gustaba estar allí, porque sabía que afuera, era sólo un personaje de una obra, interpretado por otro ser de ideas diferentes. Pero estando sólo, si actuaba como era en verdad.
Por Camilo

Un comienzo

Hace bastante tiempo que tenía la intención de crear un sitio como este. Nunca me había animado, pero por fin decidí hacerlo.
Lo que quiero es tener un lugar donde encontrar esas ideas sueltas que a veces se le ocurren a uno repentinamente, así como otras más elaboradas, que rondan la cabeza por días.
Mi intención es publicar al menos dos veces por semana. Pero el tiempo irá determinando el ritmo de trabajo.
Estoy muy animado por empezar. Espero que el lugar sea del gusto de todos.