domingo, 8 de mayo de 2011

Fuga existencial (Parte 1)

Su vida se había convertido en una completa rutina y se daba cuenta de ello. Por eso decidió un día hacer algo diferente, algo que rompiese con el incesante ciclo que tenía su mente al borde de la locura. Camino a casa luego de salir de trabajar, se debatía si en verdad era necesario o era una obsesión sin fundamento. Llegó a creer que le temía al cambio, como si esperase algo malo por salir de la monotonía. Varios días estuvo a punto de desviarse, de buscar un camino diferente, un pequeño cambio. Fue luego de algunas semanas cuando logró girar a la derecha, cuando debía ir a la izquierda. Le pareció que había sido un acto involuntario, aunque le costó convencerse de ello. Pero haberlo hecho fue como haber salido de un cascarón; sintió alivio, un poco de temor y nervios tal vez, pero siguió por su nuevo camino. Seguía firme con la idea de su pequeña hazaña.
Siguió avanzando unas calles más y pronto llegó a una tranquila plaza, cuya existencia había ignorado hasta ese momento. A pesar de la hora, el lugar estaba bastante solo. Se fijó en un pequeño café. Decidió sentarse allí y descansar un poco, para gastar tiempo y a la vez contribuir de cierto modo al motivo inicial que había causado su visita a tan particular sitio.
Se acercó con timidez al café. Notó que adentro había bastante gente a pesar de lo pequeño que era el lugar. Pensó en que tal vez sentiría asfixia allí dentro, entre tantas personas. Se decidió por ubicarse afuera, en alguna de las mesitas, de las cuales dos o tres estaban ocupadas. Seleccionó la silla que le permitiese ver hacia adentro, dándole la espalda a la plaza. Repentinamente había sentido el antojo de observar el tipo de personas que había en el café, quizá con la intención de decidir si eran de su agrado y así determinar una posible visita periódica al lugar. Ordenó un latte y unos pastelillos, que no tardaron en llegar. Se tomó el tiempo que quiso en comerlos, disfrutando un sabor que le parecía exquisito, probablemente exaltado por la experiencia, por ese sentido de satisfacción que le generaba el haber cumplido su propósito. Estaba por empezar el segundo pastelillo cuando notó que en una de las mesas de adentro había una mujer que no le quitaba la mirada de encima. Le pareció algo divertido. Pensó que la mujer tenía una apariencia atractiva. También la miró directo a los ojos. Era un pequeño juego, algo que de alguna manera coincidía con su objetivo inicial.
Los rayos crepusculares, que tornaban el momento en una extraña atmósfera rojiza no tardaron en desaparecer y tras ellos llegó la fría noche. El lugar también cambió. Dejaron de circular tazas humeantes y aparecieron las botellas y las copas. Pero el alcohol no era de su agrado. Pagó lo que había consumido, miró por última vez a la mujer y abandonó el café, luego de una aventura fructífera. Sin más desvíos, se dirigió directo a su casa y no le platicó nada a su familia acerca de aquella tarde. Se excusó de su ausencia argumentando un retraso en el trabajo. Nadie pareció dudarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario