No comprendo que me pasa. Antes era diferente. Quiero decir, el mismo
ritmo estaba allí. El faro, todas las noches girando nunca me molestó. He
caminado toda mi vida y jamás noté el ritmo de mis pasos. Todo cambió hace algunas
noches. Es decir, nada cambió. Me levanté de la misma manera, fui al trabajo
por el mismo camino. Ese día era igual a todos. Nada era diferente. Pero algo
cambió, en mí o en mi entorno. Ahora no logro estar tranquilo. Es el orden de
las cosas. El mundo, la gente, todo quiere estar en orden. ¡No! La luz del
faro, mis pasos, estar en el trabajo todos los días a la misma hora, el ruido
de los dedos al golpear las teclas del computador, todo, siempre siguiendo un
ritmo, un compás que rige la música del mundo. No lo soporto. Odio esa música.
Tanto orden, tanta armonía. Solo hay dos cosas que me tranquilizan: La lluvia y
sentarme a tocar piano. Esta noche no llueve lo suficiente. Así que tengo que
entrar y sentarme en el piano y tocar. Tengo que acabar con la armonía, así sea
por unos segundos, para lograr tranquilizarme un poco y poder dormir. Me siento
frente a las teclas y como el mejor de los pianistas, hago un gesto inservible
con mis dedos, como preparándolos para disponerse a deslizarse con destreza
sobre el instrumento. Pero, claro está, no me dispongo a entonar ninguna obra
maestra. Enloquecería (aún más) de hacerlo. Aguanto la respiración por un
segundo para disfrutar del silencio y la calma que me dispongo a destruir y
luego descargo con furia los dedos, los puños, los brazos sobre las teclas,
produciendo un estruendo placentero, un ruido endemoniado que apacigua mi
intranquilidad. Disfruto por largo rato de ese sonido que surge del movimiento
aleatorio de mis manos, no sé por cuanto tiempo, hasta que una sonrisa se
dibuja en mi rostro. Luego me detengo pues ya podré dormir un poco. Me dirijo a
la cocina y me tiro sobre el sofá. Dejo encendida la luz y cierro los ojos.
¿Por qué la cocina? Un impulso, eso fue todo. Descubrí que no soportaba
dormir más en mi habitación. Era vivir al mismo ritmo que no soporto. No podía
vivir en lo que llamaría normalidad. Ahora duermo en la cocina, como en la
habitación, cocino en el salón. Todo está hecho un desorden y me gusta que sea
así. Pero, como todos los días tengo que soportar una rutina a la que estoy
forzado. Ir hasta el paradero. Tomar el mismo bus. Ir a la oficina, sentarme a
preparar documentos, a verle la maldita cara sonriente a los demás, con esas ganas que me dan de reventarles la nariz con un puño. Pero me controlo. Recuero el
sonido de mi piano, la lluvia caer, y me sirve para aguantarme hasta regresar
de nuevo a casa en la tarde.
Hoy, mientras me dirigía de nuevo a mi casa, no sabía lo que me
esperaba. Casi corriendo me senté frente al piano para descargar mi
frustración, para descubrir que del instrumento no brotaba ninguna clase de
sonido. Golpeé más fuerte pero solo conseguí desprender algunas teclas. ¿Qué puedo
hacer ahora? Afuera no llovía. Me encerré en el desván. Llevo varias horas
aquí. Estoy a punto de enloquecer. No sé qué hacer. Aunque…
Quizás enloquecer de sentido; esta página del diario me ha resultado sencillamente genial. Esa solitaria humanidad discordante, como un péndulo en su propio hastío... volviéndose alérgico a cualquier tipo de melodía,
ResponderEliminarSu hogar, que nada tiene que ver con lo hospitalario son golpes en un viejo piano, su hogar es la ausencia de todo hogar y la cornisa de buscarlo a contramano del universo.
Locura es perder el lugar; a veces es el vértigo de una búsqueda, otras el primer síntoma de un destino catastrófico... vamos a ver qué pasa en la segunda parte.
Un fuerte abrazo, gracias por compartir.
Cuanta opresión y frustración perfectamente canalizadas en este relato... Espero con ansias la segunda parte...
ResponderEliminarExterioriza lo que le sucede... está buenísimo este relato (lo que va, por lo menos). Empieza poético, y termina encerrándonos en un mundo de sonidos rítmicos irritantes.
ResponderEliminarCreo que si duerme en la cocina tiene que caer una gotita constante de la canilla... como en los dibujitos. Que lo obligue a huir.
Saludos
Hola Camilo, a seguir esta historia entonces!
ResponderEliminarUn abrazo!
Juan Ojeda: Sus palabras reivindican la dimensión de la locura que padece el personaje de esta historia. Pero como puede ver el hogar y el piano no son más que reflejos materiales de lo que esconde en su mente. Todo parte de su "solitaria humanidad discordante" y de ahí se dispone a destruir el ritmo que lo agobia. Gracias por comentar.
ResponderEliminarPájaroyOsoyLiebreyPez: No vaya a creer que esta página hace
parte de mi diario personal. Eso no indica que tal vez sí esté un poco demente, aunque creo que todos estamos un poco locos y no hay nadie normal. Gracias por comentar.
Lucas Fulgi: El comienzo poético sirve para recordar que en la locura también hay belleza, más difícil de apreciar por ser poco convencional. En cuanto a la gotera, el final de esta historia tiene algo similar pero no diré nada más. Gracias por comentar.
Netomancia: Espero que la continuación le guste. Y también espero su regreso a los comentarios de su blog. Gracias por comentar.
Bien! Pinta interesante, espero la continuación mientras leo por acá un poco más.
ResponderEliminarJ&R
Palabras como nubes: Bienvenido! Pronto viene la continuación. Mientras tanto, espero que las demás entradas le gusten. Gracias por comentar.
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