jueves, 30 de junio de 2011

Habitación (Parte 1)


Fue un encuentro esporádico. Acostumbraba dar largas caminatas por el centro de la ciudad cada fin de semana. Rara vez se encontraba con personas conocidas, pero nunca planeaba esos encuentros. Y el de ese día no era la excepción. Había estado rondando las librerías, curioseando un poco, leyendo los títulos, contemplando las portadas. Se enamoró de un ejemplar, por el nombre y por el diseño de la tapa.
 Se dirigía hacia su casa, un poco afanado, ansioso de comenzar a leer las primeras páginas cuando se encontró con un viejo amigo. Había dejado de hablar con él algunos años atrás cuando había sido internado en un manicomio. Pero ahora se alegraba de verlo otra vez, como la persona que había sido antes, aún cuando su compañía le resultaba extraña pues tenía muy grabado en su memoria el comportamiento de su amigo, el momento en que lo había visto actuar como un extraño, ajeno a la normalidad,  cuando su problema dominaba su carácter. Se sentaron en un café y mantuvieron una larga conversación, recordando experiencias, hablando de otros conocidos, relatando sus vidas desde el último encuentro. Poco a poco la incómoda sensación de estar hablando con un loco fue desapareciendo mientras se daba cuenta que su amigo era de nuevo una persona normal. Sin embargo su tranquilidad duró poco pues sucedió algo que lo dejó sobresaltado. Su amigo se detuvo en medio de la conversación y comenzó con un relato completamente descontextualizado. “He estado allí, en un cuarto vacío. Un cubo con paredes, techo y suelo iguales, donde tu único sentido de ubicación lo tienes porque la gravedad mantiene tus pies abajo. Pero no sabes dónde está el norte. Ni siquiera sabes que hay afuera de ese cuarto. El universo puede desaparecer pero tú sigues ahí en ese cuarto. Esa idea  me persigue, me persiguió mientras estaba allí. Lo peor era pensar que en verdad solo existíamos el cuarto y yo. Piénsalo. La eternidad, en medio de un cubo y nada más que eso, sin puntos de referencia. Sin un objeto que te haga compañía. Un libro, un cigarrillo, un juego de ajedrez, una cuchara, cualquier cosa. Eso mismo le comenté a los médicos que me trataban y para resolver ese miedo que tenía, me ofrecieron algo que parecía una solución perfecta: Me darían el objeto que yo quisiese, para tenerlo como compañía, para aferrarme a él. Pero entonces no supe que pedir. Y aún hoy quisiera tener la respuesta a esa pregunta: ¿Qué objeto calmaría la soledad, el miedo, la irracional idea de pasar el resto de tu vida encerrado en un cuarto? ¿Tu que escogerías?” La pregunta lo tomó desprevenido. El discurso que acababa de escuchar le parecía ciertamente perturbante pero a la vez cautivante. Sentía que indagaba por la mente de un loco, recorriendo lugares que a la razón se le escapaban. Trató de encontrar una respuesta pero no tuvo tiempo, porque su amigo hizo algo que lo dejó aún más atemorizado. Extrajo de su bolsillo un encendedor, lo prendió, miro un momento la llama, la asesinó con un soplido y luego apretó fuertemente el objeto entre sus dos manos. Luego su mirada se quedó congelada. Se quedó ahí quieto, mirando fijamente a la calle.
Lleno de terror, se retiró de la mesa luego de varios intentos fallidos de regresar a su amigo a la realidad. Cuando se recuperó de su asombro, estaba caminando afanadamente hacia su casa, mientras la pregunta rondaba su cabeza de manera fastidiosa.

Por Camilo

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