jueves, 30 de junio de 2011

Habitación (Parte 1)


Fue un encuentro esporádico. Acostumbraba dar largas caminatas por el centro de la ciudad cada fin de semana. Rara vez se encontraba con personas conocidas, pero nunca planeaba esos encuentros. Y el de ese día no era la excepción. Había estado rondando las librerías, curioseando un poco, leyendo los títulos, contemplando las portadas. Se enamoró de un ejemplar, por el nombre y por el diseño de la tapa.
 Se dirigía hacia su casa, un poco afanado, ansioso de comenzar a leer las primeras páginas cuando se encontró con un viejo amigo. Había dejado de hablar con él algunos años atrás cuando había sido internado en un manicomio. Pero ahora se alegraba de verlo otra vez, como la persona que había sido antes, aún cuando su compañía le resultaba extraña pues tenía muy grabado en su memoria el comportamiento de su amigo, el momento en que lo había visto actuar como un extraño, ajeno a la normalidad,  cuando su problema dominaba su carácter. Se sentaron en un café y mantuvieron una larga conversación, recordando experiencias, hablando de otros conocidos, relatando sus vidas desde el último encuentro. Poco a poco la incómoda sensación de estar hablando con un loco fue desapareciendo mientras se daba cuenta que su amigo era de nuevo una persona normal. Sin embargo su tranquilidad duró poco pues sucedió algo que lo dejó sobresaltado. Su amigo se detuvo en medio de la conversación y comenzó con un relato completamente descontextualizado. “He estado allí, en un cuarto vacío. Un cubo con paredes, techo y suelo iguales, donde tu único sentido de ubicación lo tienes porque la gravedad mantiene tus pies abajo. Pero no sabes dónde está el norte. Ni siquiera sabes que hay afuera de ese cuarto. El universo puede desaparecer pero tú sigues ahí en ese cuarto. Esa idea  me persigue, me persiguió mientras estaba allí. Lo peor era pensar que en verdad solo existíamos el cuarto y yo. Piénsalo. La eternidad, en medio de un cubo y nada más que eso, sin puntos de referencia. Sin un objeto que te haga compañía. Un libro, un cigarrillo, un juego de ajedrez, una cuchara, cualquier cosa. Eso mismo le comenté a los médicos que me trataban y para resolver ese miedo que tenía, me ofrecieron algo que parecía una solución perfecta: Me darían el objeto que yo quisiese, para tenerlo como compañía, para aferrarme a él. Pero entonces no supe que pedir. Y aún hoy quisiera tener la respuesta a esa pregunta: ¿Qué objeto calmaría la soledad, el miedo, la irracional idea de pasar el resto de tu vida encerrado en un cuarto? ¿Tu que escogerías?” La pregunta lo tomó desprevenido. El discurso que acababa de escuchar le parecía ciertamente perturbante pero a la vez cautivante. Sentía que indagaba por la mente de un loco, recorriendo lugares que a la razón se le escapaban. Trató de encontrar una respuesta pero no tuvo tiempo, porque su amigo hizo algo que lo dejó aún más atemorizado. Extrajo de su bolsillo un encendedor, lo prendió, miro un momento la llama, la asesinó con un soplido y luego apretó fuertemente el objeto entre sus dos manos. Luego su mirada se quedó congelada. Se quedó ahí quieto, mirando fijamente a la calle.
Lleno de terror, se retiró de la mesa luego de varios intentos fallidos de regresar a su amigo a la realidad. Cuando se recuperó de su asombro, estaba caminando afanadamente hacia su casa, mientras la pregunta rondaba su cabeza de manera fastidiosa.

Por Camilo

jueves, 23 de junio de 2011

Ocaso

Sus huellas habían quedado marcadas en la arena, revelando el camino que había seguido para llegar allí. Se sentía extenuado, pero no era por haber seguido un camino muy largo. Apenas había dado algunos pasos desde su casa, que aún podía ver desde donde estaba. Pero no la miraba. Le daba la espalda mientras su mirada escudriñaba el horizonte. No era que estuviese buscando algo allí. Sus ojos se movían puramente por reflejo. Era en su mente donde realmente buscaba. El movimiento de sus ojos no era más que una falsa réplica de su intento por encontrar algo en su mente que se le escapaba. Su mirada se perdía en el horizonte, bajo la luz crepuscular. Los tonos rojizos y cálidos del ocaso le resultaban tristemente hermosos. Se sentía afligido por la nostalgia, porque sabía que solo unos minutos lo separaban del final de ese día. Y luego venía la noche, la oscuridad absoluta, el sueño. Era quizá el momento más hermoso del día pero su belleza se veía corrompida por el final que precedía. Duraba solo unos instantes y luego el fin. El sol se iba y con él la viveza. Luego solo quedaba un mundo inerte. Ahora no pudo contener las lágrimas mientras removía uno a uno los recuerdos que tanto tiempo habían permanecido ocultos bajo el polvo en su memoria. Recorría su vida, cada instante que podía, satisfecho por todo, pero inconforme de alguna manera, porque sentía que el fin había llegado muy pronto.
Las olas que alcanzaban la playa fueron borrando sus huellas. En su mente, las olas de la vejez hicieron lo mismo con sus recuerdos. Los colores en el cielo fueron desapareciendo y el sol fue engullido por el horizonte. El paisaje comenzó a oscurecerse. Su vida también. Pronto la eterna noche cayó y entonces ya no hubo más lágrimas, alegría, huellas o recuerdos. Solo el mundo continuó siendo el mismo, indiferente a su partida.

Por Camilo

sábado, 18 de junio de 2011

Color de lluvia


Afuera llovía. El niño observaba en silencio tras la ventana, a través del vidrio que lo separaba de ese extraño mundo.  Estaba aburrido porque solía pasar las tardes jugando afuera. Pero no ese día. Su madre le había prohibido estar bajo la lluvia porque era mala y se podía enfermar fácilmente. Apenas había caído la primera gota, había corrido hacia su casa antes de ser alcanzado por la tormenta que ahora dominaba el paisaje. Pero en ese preciso instante, desde donde observaba, el mundo se veía gris. No solo afuera. También atrás de él; las frías paredes sin pintura, la aburrida decoración de su casa, el monótono y apagado colorido de las cosas. Tal vez porque el sol se ocultaba tras las nubes,  dejando todo iluminado con una tenue luz que asesinaba los colores dando paso al aburrido paisaje que veía en la habitación. Pero afuera, el mundo se le antojaba ajeno, extraño. Las gotas que se deslizaban por el vidrio desfiguraban la realidad y sentía que la ventana lo separaba de un universo ajeno. Y él se sentía parte del paisaje de su hogar, gris y apagado, donde la ausencia de color derribaba su ánimo. La ventana se convertía en un puente hacia lo desconocido,  que aunque era prohibido por su madre, al verlo sentía un poco de alegría.
Su mirada recayó en un detalle que rompía con la monotonía del paisaje. Afuera, en medio del pasto se asomaba un pequeño retoño, una flor amarilla. Contrastaba con el grisáceo hogar, tanto que parecía irradiar su propia luz. Entonces el niño sintió ganas de salir, bajo la lluvia y aferrarse al color, a la alegría. Nunca había pensado en desobedecer a su madre, pero la viveza que inspiraba la flor era irresistible. Se descubrió caminando afuera, hacia la flor. Las gotas acariciaban su piel y entonces, al notar que no le hacían daño se preguntó: ¿Por qué le huyen a la lluvia?

jueves, 16 de junio de 2011

Catarsis (Parte 6)

Pronto la desesperación se apoderó de la multitud, mientras poco a poco se daban cuenta que el asesino no lo encarnaba un actor de la obra, sino el mismo hombre que antes había estado sentado entre ellos, nervioso e incómodo. El gentío se acumuló en las puertas, mientras intentaban sin éxito abrirlas para escapar. Al parecer, antes de entrar, habían dicho muy en serio que el dramatismo de la obra no permitía que se saliese del edificio hasta el final. Pero esto ya era una situación fuera de control y seguramente no prevista. En medio del desorden, nadie notó que el asesino se retiró buscando el cuerpo del director en la parte trasera del escenario. Tomó las llaves del edificio. Allí el bullicio no era más que un débil lamento que se ahogaba entre las paredes del teatro. Soltó el arma, que se había manchado con vidas inocentes, almas que no habían tenido que ver con aquel evento de su niñez que lo habría de marcar.  Mientras regaba un poco de combustible de las lámparas y encendía un fuego arrasador, vio la cicatriz de sus manos. Las imágenes del recuerdo se comenzaron a confundir con la realidad. Las llamas se agitaban y le parecía ver entre ellas a su familia. Era tan solo un niño, víctima del destino. Los había visto morir y él se había salvado pero los implacables látigos del fuego habían dejado marcas en su piel y aún peor, aquel evento había dejado marcas en su mente. Había encerrado el odio por tanto tiempo, pero el catártico momento había terminado por liberar su mente, purificarla de la maldad que tanto tiempo había guardado. Las víctimas en el teatro no eran más que eso, personas perjudicadas por una mala jugada del azar.
Salió por una puerta trasera del teatro y cerró con llave. Allí dentro, la conflagración acorraló a una indefensa muchedumbre que se vio vencida y pronto se resignó al trágico final, mientras los gritos más desgarradores empezaban a alertar a las cercanías del teatro.
Allí afuera, a la luz de las llamas en la solitaria noche, el hombre recuperó lentamente la cordura, antes cegada por el cólera, por una demencia pavorosa que lo había convertido en un pérfido ser, carente de juicio, respeto o compasión. Las expresiones de dolor, los gritos y una sensación molesta de suciedad en las manos y la conciencia derribaron su ánimo. Se sentó allí, entregado a su remordimiento y estuvo así durante mucho tiempo, indiferente a su entorno, viendo fugazmente el desesperado pero inútil intento de las personas que ya habían llegado al teatro para salvar a la multitud de adentro.
A los momentos que sobrevinieron, solo le quedaron en la memoria confusas imágenes. Perdió la noción de tiempo y espacio. Cuando volvió en sí, se encontraba en una celda oscura, en algún lugar para tratar su peligroso desorden mental, mientras se daba cuenta que por fin había liberado la locura, a costas de tantas vidas. ¿Acaso su vida había valido más?  Aquella idea combinado con el duro arrepentimiento, lo mantendrían en un estado de  locura desesperante hasta el fin de sus días, casi tan angustiosa como lo que habían sentido sus víctimas.

Por Camilo

martes, 14 de junio de 2011

Catarsis (Parte 5)


Les tomó cierto tiempo entender que aquella aterradora escena, donde se habían visto morir en una jaula oscura no era más que un ingenioso elemento del director para darle el realismo del que carecía el teatro convencional. Habían sido incluidos como actores de manera inesperada y en un momento crucial, donde se ponía en juego la vida, algo que el instinto, en un intento por protegerla, mostraría facetas violentas y desconocidas hasta en las personas más refinadas. Habiendo asimilado el suceso que acababa de ocurrir, pero con cierto recelo y cautela, el público se reubicó nuevamente.
Cuando la quietud dominaba de nuevo, la obra continuó con otra escena nocturna. Un hombre sentado junto a una ventana, escribía a la luz de una vela. Justo detrás de él, un asesino avanzaba silenciosamente. Estando a pocos pasos de él, elevó su arma para asestarle un golpe funesto, pero detrás de él surgió otro personaje, también cubierto con túnica y en un rápido movimiento descargó varias puñaladas, mientras su sangre salpicaba la escena y un grito tan real que conmocionó al público. Sin dejar reaccionar al otro personaje en escena, el asesino continuó con él y acabó con su vida en  pocos golpes certeros. En el escenario apareció corriendo otro personaje, que intentó inútilmente evitar la muerte del escritor. Por el contrario, el asesino se volteó y también a él le quito la vida. Obviamente la obra se encontraba cercana a la cúspide de la historia. La excelencia de los actores implicaba un evento principal en esa escena. Varios actores más entraban en escena, tratando de someter al bestial asesino, que aparentemente estaba dominado por la adrenalina del momento, ya que su fuerza sobrepasaba en demasía a la de sus adversarios. Pronto la escena se convirtió en una morbosa masacre que rallaba en lo enfermizo. Cierto disgusto comenzó a surgir entre el público, que presenciaban una escena bastante exagerada y de un tema algo incómodo, sobre todo habiéndose enfrentado al pánico pocos instantes antes. La perspectiva cambió cuando el asesino bajó del escenario y se dirigió hacia los espectadores. Esperando una situación similar a la anterior, el nerviosismo frente a semejante asesino fue alto, pero la reacción fue más controlada y discreta. A pesar de su comportamiento indiferente, el homicida siguió con su objetivo y tomó a una mujer, quitándole la vida en un rápido pero impactante momento. Continuó con otro hombre y el público pronto se dio cuenta de que los asesinatos eran demasiado reales.  El horrible personaje continuaba con su actividad mientras el temor comenzaba a dominar a las personas. Finalmente comenzaron a huir, sin saber la razón. Quizá porque el realismo de los actos despertaba una vez más un reflejo de autoprotección.
Continuará...

Por Camilo

domingo, 12 de junio de 2011

Catarsis (Parte 4)

Esta vez se encontraba únicamente tres de los seis comensales que habían estado reunidos inicialmente. Sus rostros revelaban una profunda preocupación.
-¿Quien puede estar haciendo esto? –comenzó a hablar uno de ellos.
-No lo sé, pero obviamente quiere acabar con nosotros, nuestra familia, nuestra monarquía.
-Es claro que al terminar con todos los de nuestra sangre quedará libre el gobierno para un nuevo hombre. Y eso es seguramente lo que quiere lograr.
-Es imprescindible desplegar la máxima seguridad posible para cuidar de nuestras vidas o seguramente terminaremos bajo su fría mano.
El diálogo continuó en discusiones triviales hasta que, llegando a un acuerdo, los personajes se retiraron del escenario y dieron por terminado un cuadro más de la obra. La siguiente escena estaba llena de un encanto místico basado en la representación de un evento exótico pero popularmente rodeado de superstición. En una especie de templo improvisado en un claro de un bosque, un grupo no muy numeroso de personas, todas vestidas con los mismos atuendos del asesino, ejecutaban alguna especie de reunión clandestina.
Hablaron sobre la eliminación de la corrompida estirpe gobernante, cuyas actividades desenfrenadas derrochaban sus riquezas. Mencionaban además su eliminación para un nuevo dominio más puro.
La escena terminó con una decisión macabra: Una rápida ejecución casi simultánea del resto de miembros de la familia y sus más fieles allegados.
A un nuevo cambio de luces prosiguió una escena nocturna pero poco habitual. Una habitación de pobre iluminación no presentaba a ningún personaje. La posición de los espectadores estaba rodeada de la oscuridad tan recurrente en la obra. Ante la falta de algún personaje en el escenario, se sentían desprotegidos, como si los hubiesen abandonado y encerrado en un tétrico recinto. No había movimiento ni sonido y el público divagaba en alguna explicación o predicción del desarrollo. Pero no esperaban el desenlace diferente en aquella escena. Todo ocurrió de manera muy rápida y el tiempo que permitió para reaccionar fue mínimo. De la parte de atrás del público, un grupo de personajes usando las túnicas del asesino irrumpió en el edificio regándose rápidamente entre los espectadores. Comenzaron a atrapar aleatoriamente a personas entre el público y pasar sus armas por el cuello de las personas, haciéndoles sentir el frío metal, en una situación tan inesperada que veían a la muerte de frente. El pánico inundó el teatro. Todo el público trató de huir del teatro pero las puertas estaban cerradas, aumentando su desesperación. Parecían animales en una estampida para huir de una amenaza apenas identificada en el furor del momento. El hombre que antes había estado nervioso ahora estaba completamente descontrolado. El odio lo dominaba por completo. Pensamientos reprimidos luchaban en su mente, rompiendo barreras que antes los habían mantenido quietos, sometidos a una caja de Pandora, donde habían permanecido ocultos, permitiendo la tranquilidad. Había perdido la cordura bajo aquel efecto de pánico e incomodidad rodeado de “enemigos” mientras pensaba que era una oportunidad perfecta. Con ayuda de aquellos asesinos, debía eliminar a la sucia estirpe que tanto odiaba. Inesperadamente, los asesinos pronto desaparecieron y una tenue luz iluminó el sector donde se hallaba el público. Las personas pudieron entonces observar bien aquella terrible escena y buscar los cuerpos  que habría dejado el impresionante suceso.
Continuará...

Por Camilo

viernes, 10 de junio de 2011

Catarsis (Parte 3)

Una habitación con una decoración apenas visible bajo la luz selenita que se filtraba a través de una ventana en el fondo del escenario bañando todo en una capa plateada. En el centro reposaba una cama de gran estilo y sobre ella, cubierta con finos mantos, dormían plácidamente dos personas. La escena, regida por un silencio incómodo para los espectadores pronto generó temor en estos mientras, por el aparente efecto de la luna que asomaba tras las nubes, aumentaba la iluminación de la escena, revelando una amenazante figura en una esquina del recinto. Se acercó con paso flemático hasta detenerse a un costado del lecho. En aquella posición se podía detallar escasamente, pero era evidente que iba cubierto con una túnica, incluidos los brazos. Se detuvo un momento y luego alzó ambos brazos sobre el tálamo, sosteniendo entre ellos un cuchillo resplandeciendo bajo la luz que recaía directamente sobre este. El personaje pareció reunir su fuerza en las extremidades y luego descargó una y otra vez el arma sobre los cuerpos, que se revolcaron entre agudos gritos de dolor, prontamente silenciados por el frío mortal de la hoja.
El furor de la escena junto con la cruda acción despertó en el público sensaciones de temor, náusea y desagrado. En especial, el hombre que antes estaba incómodo, ahora se sentía hastiado con la escena que a su juicio era excesiva. Sus manos sudaban mientras se sentía rodeado de enemigos. Comenzó a sentir repulsión hacia el resto de los espectadores. Se sentía cada vez más irritado en aquella situación pero salir de allí no era una opción.
El escenario volvió a iluminarse con una luz vespertina. La obra ya había llevado a los espectadores a un nerviosismo, conmocionados por el juego de luces y sonidos terroríficos. En la oscuridad se sentían vulnerables y eso los inquietaba más; y aunque al volver las luces sentían un poco de alivio, sabían que algo peor podía aparecer a la vista.
La escena representaba una catedral, donde se reunían personas que por su indumentaria pertenecían a clases altas de la sociedad. Los llantos desgarradores combinados con el canto moribundo de un órgano conferían una escena bastante trágica. En el medio, dos féretros descansaban, contemplando los últimos instantes de la alegre luz diurna. Varios discursos cargados de rencor, melancolía y frustración predominaron en la escena.
La luz se extinguió una vez más dejando el teatro en oscuridad total por unos instantes, hasta que un resplandor matinal desveló un paisaje exterior, ubicado en una especie de jardín, frondoso e inmenso. Al pie de un vigoroso e imponente árbol reposaba un hombre. Junto a él un libro y los restos de un desayuno daban la idea de una solitaria mañana para el personaje. Como en ocasiones anteriores, la quietud de la escena incomodaba al público hasta que de nuevo, tras unos árboles surgió una amenazante figura cubierta con túnica, que podría ser el mismo asesino de la escena anterior. El público, prediciendo el final del cuadro, se inundó de temor ante otra imagen cruda, pero ahora bajo una luz mucho más clara y reveladora. El enigmático personaje se acercó al hombre que reposaba bajo el árbol y desenfundando un cuchillo, probablemente el mismo, asestó varios golpes a una víctima que apenas tuvo tiempo para levantarse y luego caer en el suelo mientras su rostro se desfiguraba entre dolorosas muecas hasta llegar a una mirada perdida y queda, tras lo cual el asesino se retiró silenciosamente.
El hombre en el público ahora se encontraba en una lucha contra su propia ira. Balbuceaba palabras inentendibles mientras un sudor frío le cubría la cara. Se sentía cada vez más incómodo y amenazado allí sentado, encerrado con el resto del público en el edificio, sin posibilidad de salir hasta terminada la obra.
Un nuevo cambio de luces llevó a una escena nocturna en un salón tan lujoso como el comedor que se había representado anteriormente. 
Continuará...

Por Camilo

miércoles, 8 de junio de 2011

Catarsis (Parte 2)

-Ha sido traumático –inició su dialogo con voz áspera y trémula- haber visto cosas tan horribles. Un hombre cegado por el odio, perdiendo por completo el juicio por rencor destructivo. Pude verlo, acorralando a sus víctimas en la más deplorable condición, llegar hasta la locura extrema, actuando como animales, perdiendo cualquier indicio de raciocinio. Solo impulsos bestiales, en una venganza de origen incierto que no ha dejado ningún tipo de satisfacción, sólo...muerte.
Esta última palabra fue pronunciada por una voz gutural e iracunda que quedó resonando en la mente de los espectadores. La figura, antes amenazadora y atemorizante, ahora se veía desesperada. Otra figura de tamaño mayor y aterrador, de movimientos bruscos y encolerizados, atravesó el escenario de manera fugaz. Apenas se detuvo un instante y paso un ágil brazo por el cuello del acobardado ser. Luego desapareció y este último se dobló, víctima de un agudo dolor. Poco duró su agónico final. Se desplomó y su vida expiró mientras su cuerpo caía, produciendo un sonido seco sobre la madera del suelo. La luz se apagó por un breve instante.
Una nueva luz, ahora de color ocre se encendió sobre el mismo escenario, propiciando una atmósfera más tranquilizadora. Seis personas estaban repartidas en el escenario. Todos estaban sentados en un comedor donde rebosaba el lujo y la riqueza. Sus ropajes eran dignos de la más alta sociedad. El escenario alrededor de ellos simulaba un sitio de elegancia excesiva. El aroma de los manjares sobre la mesa se regó rápidamente dentro del edificio, despertando en el público un gran apetito. Los personajes disfrutaban de una festividad derrochando sus riquezas. Era una velada donde predominaban la lujuria, dipsomanía  y  lascivia en su más degenerada expresión. A medida que se desarrollaba el cuadro, una fila de sirvientes entraban y salían del escenario, trabajando como esclavos sin oponer resistencia a las más absurdas peticiones de los huéspedes.
-Estos goces que podemos disfrutar hoy –dijo uno de los comensales en medio de una embriaguez que le entorpecía el habla y hacía de su postura un vaivén ridículo- son gracias a la vida que algún dios nos ha dado. Porque nuestra sangre real y pura es digna del más alto linaje.
Alzó su copa, en señal de un brindis y mientras los demás lo imitaban, con un grito enardecido elevó los ánimos y se bebió el contenido de su copa de un trago.
Los diálogos continuaron extendiendo la simulación del festejo en aquella obra de teatro que se tornaba más interesante para los espectadores. Sin embargo entre ellos un hombre sentado en las últimas filas no se deleitaba con aquella manifestación artística de la visión de un director. Por el contrario se sentía incómodo en aquel encierro, envuelto en la oscuridad, sabiendo que estaban aislados del exterior, mientras observaba hombres en actividades que le resultaban depravadas.
La escena terminó poco antes de desencadenar la fiesta en una ocasión viciada. La luz se apagó y de nuevo el público se vio envuelto en una densa oscuridad. Los comentarios inundaron el teatro hasta que el público enmudeció ante la aparición de una nueva escena. Aún ignoraban lo que iba a acontecer a continuación.
Continuará...
Por Camilo

lunes, 6 de junio de 2011

Catarsis (Parte 1)

Aquella noche, a las afueras del teatro del pueblo, una gran multitud se hallaba reunida, todos expectantes al evento que supuestamente cambiaría su cultura. Por semanas un simple y corto mensaje que daba apenas una vaga idea de lo que se refería era suficiente para dejar curioso a cualquiera. Un cartel colgado en la entrada del teatro y algunas reproducciones más pequeñas, puestas en diferentes sitios del pueblo contenían el mensaje que tanto había dado de que hablar: “Pronto usted podrá presenciar una forma nueva y diferente de ver el teatro. Tenga cuidado”
Las personas que esperaban afuera para ser las primeras en presenciar la gran presentación, se habían engalanado con sus mejores prendas. La clase y elegancia pululaban en el ambiente. El vocerío, que parecía reflejar la ansiedad del público, era un monótono zumbido que terminaba por darle a la escena un entorno inquietante. De repente el silencio avanzó por entre la multitud mientras una voz cada vez más dominante hacía un llamado a todos los presentes. Su invitación terminaba con semanas de agonía, de una larga espera por descubrir lo que se anunciaba; por fin comenzaría el acto tan esperado. Todas las miradas fueron recayendo en un hombre de baja estatura que estaba parado junto a la entrada del edificio, con vestimentas poco usuales y un maquillaje pintoresco, dando la impresión  que el sujeto pareciese haber salido de una historia extravagante, sólo para invitar a la multitud a entrar a un edificio que los llevaría a una dimensión quimérica.
-Bienvenidos todos ustedes –comenzó a hablar el hombre una vez logró acallar a la multitud- Créanme, he esperado esta noche con mucha más ansiedad de la que noto en ustedes. Esta idea me ha surgido hace ya mucho tiempo y es apenas hoy que por fin logro presentar mi trabajo. No ha sido fácil, pero por fin la hora ha llegado. No quiero seguir hablando, pues recaería en lo que he tratado de eliminar con mi idea.  Por eso los invito a entrar al teatro, donde verán lo que tanto hemos esperado. Solo quiero advertirles una cosa. El dramatismo de  la obra puede resultar perturbador. Sin embargo, permitirles retirarse antes del final impediría desarrollar mi idea. Por eso, una vez se cierren las puertas, quedarán selladas hasta que la obra esté completamente finalizada.
Una pieza de música instrumental, de tono melancólico un poco atemorizante comenzó a sonar, proveniente del interior del teatro. El hombre se escabulló por una pequeña puerta lateral y a continuación se abrieron sendos portones del edificio, como una boca hambrienta, a través del cual no se veía más que oscuridad.
Los primeros pasos fueron titubeantes pues la escena tenebrosa era casi real. Pero poco a poco la multitud fue engullida por el edificio. Tras el último de todos, las puertas se cerraron estrepitosamente. La calle quedó en un silencio sepulcral.
En el interior, la escena no era más atractiva. La oscuridad era casi total. Apenas algunas antorchas iluminaban el interior de manera cansina con una luz inquieta. Estaban en un largo corredor. A medida que el grupo iba pasando, las antorchas se iban apagando, dejando un abismo a sus espaldas y obligándolos a seguir el único camino: hacia delante. Finalmente llegaron al salón central del teatro. La iluminación allí no era mejor. La multitud, confundida, se detuvo en la entrada. Aparecieron negras figuras, como espectros, que guiaron al público hasta ubicarlos a todos en las sillas para luego desaparecer del mismo modo que habían llegado. No se escuchaba ni un murmullo. El público parecía un grupo de almas desorientadas, esperando un Caronte que los guiase en la oscuridad perpetua. No sabían a dónde mirar y no brotaba ninguna expresión de sus bocas.  Por un momento que pareció eterno, las tinieblas que envolvían todo generaron la sensación de no estar en ningún lugar. Todo allí adentro era indiferente al mundo exterior. Cualquier cosa que pudiese ocurrir, transcurriría sin que el exterior llegase siquiera a inmutarse.
Una luz rojiza se encendió sobre el escenario y atrajo todas las miradas. Una silueta se recortaba contra el fondo de color carmesí. Su posición contra la luz evitaba que se viera algo más que su negra figura. 
Continuará...

Por Camilo