viernes, 2 de septiembre de 2011

¿Sociedad o lo de afuera? (Parte 1)


-¡Ha logrado pasar el muro! Estoy segura. –Dijo Isabel, casi llorando -Alcanzará la puerta en cualquier momento.
-No puede ser posible. ¿Lo ha visto usted? –Le respondió Alberto, mientras trataba de calmarla
-No. Tan sólo lo he sentido. Pero estoy segura que era…
-Tranquilícese –interrumpió Alberto – Le creo. Por ahora, si queremos estar seguros, debemos bloquear la puerta. De ahora en adelante nadie podrá salir al patio. Nos mantendremos aquí adentro hasta que todo pase. Reúna a todos en el salón, para contarles la mala noticia.
En poco tiempo, mientras Isabel llamaba a todos los demás, Alberto, con ayuda de José y Felipe, instalaron una barricada de muebles contra la puerta principal de la mansión. Luego, utilizando las tablas de las camas, taparon las ventanas de toda la primera planta. La única otra salida, una pequeña puerta en la cocina que daba al patio trasero, también fue bloqueada con otra pila de obstáculos. Al menos así evitaban que lo que había afuera entrara a la casa, o al menos retrasaban tal suceso, que tanto temían todos.
En el salón estaban todos los habitantes de la mansión. José, el dueño del aserradero, junto a su esposa Claudia. A su lado, en un envejecido sofá estaban sentados Felipe, el notario y su mujer Amanda, Jorge, heredero de una fortuna construida por su padre, con su novia Pilar. Luego estaban Luis y Rafael, hermanos y dueños de 100 acres de tierra, donde se instalaban sus compañías lecheras, ganaderas, agricultoras y demás. Eran quizá los hombres más ricos de la región.  Junto a ellos se sentaban sus esposas, Victoria e Isabel. Finalmente estaba sentada Inés, mujer de Alberto, quien en ese momento, parado frente al grupo se disponía a hablar. A su lado estaban Lázaro, el mayordomo y Teresa, la criada, silenciosos, curiosos y dispuestos a colaborar como siempre.
-Ha logrado pasar el muro –Comenzó Alberto mientras el silencio se apoderaba de la habitación y veía como sus palabras caían como flechas que asesinaban la esperanza de todos- Ha sido Isabel quien lo ha notado. Por eso hemos cerrado todas las entradas. De ahora en adelante, queda prohibido salir al patio. Nuestras actividades cotidianas se limitarán al interior de la mansión.
Quejas, reclamos, llanto y desesperación fueron las cosas que sobrevinieron al breve pero devastador discurso. A todos les resultaba absurdo y casi imposible reducir sus vidas, reducir el espacio al interior de una casa. Convivir tantas personas en un lugar tan limitado era imposible.
Todo había empezado unas horas antes. No llevaban allí más de unos días, pero las cosas habían cambiado hasta un punto que resultaba increíble. Estaban a punto de presenciar los efectos de su corta pero enloquecedora estadía.
Algunos días antes, se celebraba el matrimonio de una de las hijas de Felipe. Para ello, que mejor manera que invitando a los personajes de la más alta sociedad, los más adinerados del pueblo, a una fiesta de lujo en una ostentosa mansión. Esa tarde, envidia, derroche y orgullo se habían mezclado con el humo del tabaco y el alcohol, dando lugar a una extraña fiesta de apariencias, falsas máscaras de dignidad y elegancia. Nadie sabía que esa misma noche, las circunstancias iban a reducirlos a una manada de animales, un grupo de hombres primitivos, a las puertas del descubrimiento de algo que se llama sociedad.

3 comentarios:

  1. Un montón de humanos atrapados y a punto de perder todo lo que creían "inamovible-eterno", parace una bomba de tiempo,
    espero ansioso leer la siguiente parte,
    Abrazos.

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  2. Juan Ojeda: Claro que sí. El hombre no puede soportarse a sí mismo y mucho menos a los demás. Por eso vive en un constante intercambio de ambientes: Está con los demás para alejarse de sí mismo o está solo para alejarse de los demás. ¿Que puede pasar si se le quita esa posibilidad? Esa es una posibilidad con la que quiero experimentar. Aún no he seguido con el texto por lo que también desconozco el final. Quizá tarde un poco en terminarlo por cuestiones de tiempo.

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  3. Muy buena reflexión esta que haces, Camilo. Distraemos y relajamos nuestra mente buscando un refugio en la conversación, la risa, la compañía.
    Un saludo.

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