La mayoría
de los invitados se fueron antes que el sol se ocultase ese día. Quienes se
quedaron en la casa, aún permanecían encerrados allí. Los recién casados ya
estaban en camino a la estación. Todos los que se habían quedado eran, posiblemente los amigos más cercanos a
Felipe.
Era de
noche. Los hombres estaban en el salón, hablando de política, de fútbol, de
dinero. Las mujeres, sesgadas por normas que no estaba escritas en ninguna
parte, pero que permanecían arraigadas a la sociedad de ese pequeño pueblo,
estaban en el patio de atrás, junto al estanque.
Lázaro y
Teresa esperaban en la cocina. Ella salía periódicamente para atender las
necesidades de los invitados y para reponer el alcohol, que le parecía, se
bebían como si fuera agua.
El tiempo
avanzaba velozmente y lo profundo de la noche se acercaba cada vez más. Una
densa niebla cubría la casa. Luis, que ya se sentía un poco mareado, decidió
salir al frente de la casa, para tomar un poco de aire. Era una noche de
invierno. El frío rodeó su cuerpo en poco tiempo. Se sentó en una banca de
piedra en el parqueadero. El hipnótico movimiento de la llama en un farol lo
arrulló. Poco a poco el sueño se apoderaba de su mente. A pesar que el
cansancio y el vino entorpecían su mente, recuperó la lucidez al ver lo que
había al otro lado de las rejas que separaban la mansión de la calle. Estaba
aterrorizado por lo que veía. Por unos instantes perdió el control de su
cuerpo. Se recuperó cuando dejó de verlo, pues las rejas terminaban y se
convertían en un majestuoso muro blanco que se extendía hasta el portón
principal. Sin pensarlo, corrió hacia allí y cerró la entrada a la mansión.
Luego entró a la casa gritando. En poco tiempo todos estaban a su alrededor,
escuchando su relato. Al final, solo sabían una cosa: no sabían cómo vencer y
por lo tanto era necesario permanecer dentro de la mansión todo el tiempo que
fuese necesario.
La confusión
se apoderó de la multitud. Todos hablaban al tiempo. Algunos pensaban en
escapar, salir de la casa y alejarse tan rápido como fuese posible, pero el
temor de tener que enfrentarse allí afuera era demasiado y por eso nadie se
atrevió siquiera a salir al patio, para revisar que sucedía.
Una decisión
casi unánime los desplazó a todos al salón principal. Ya era tarde. Todos se
sentaron en sillas, sofás o en el suelo y poco después se quedaron dormidos. La
mañana siguiente fue testigo de los primeros indicios de la locura que se
apoderarían poco a poco del grupo. Los
habitantes se despertaron con hambre.
Los restos de la fiesta, junto con la comida en la cocina serían
suficientes para el pequeño grupo. Sin
embargo, los más sensatos notaron que la comida disponible no podía durar más
que un par de días. ¿Qué pasaría si entonces aún no pudiesen salir? Obviamente
era necesario establecer un control en este aspecto. Fue Rafael quien se
atrevió a enfrentarse al grupo mientras la mayoría se abalanzaba sobre el
alimento, luchando como bestias por obtener los mejores trozos.
-¡Deténganse!
¿Qué acaso no ven que parecen animales? No podemos malgastar nuestro alimento
de esta forma. ¿Alguien sabe cuánto tiempo estaremos aquí?
Nadie
parecía reaccionar. Los instintos, por encima de la cordura, estaban dominando
sus mentes. Un ruido en el exterior fue lo único que acalló al grupo. Era ahora
el miedo quien se encargaba de devolverles la sensatez. Sin siquiera haberlo
acordado, la misma idea cruzó por la mente de todos: Debían permanecer quietos
y en silencio si querían estar a salvo.
Por un
instante que pareció eterno, nadie hizo el más mínimo ruido o movimiento. Solo
al final, cuando los palpitantes corazones parecían querer escapar de sus
pechos, cuando los nervios hacían insoportables la inmovilidad, todos
regresaron tímidamente a sus facetas de seres humanos racionales. Entonces
notaron lo que habían sido unos momentos antes, cuando habían perdido el
control de sus mentes. Concertaron en que debían establecer un orden al grupo
eligiendo un líder sensato que estableciese unas normas que ciñesen su
comportamiento dentro de los límites de cultura y civilización.
En amenaza del caos, apelaron al retorno; llámese civilización quizás.
ResponderEliminarUno siempre echa mano a lo conocido, a veces funciona.
Atrapante historia, Abrazo Camilo.
Juan Ojeda: Puede que si, puede que funcione. Pero no en todos los casos. Veamos que tal le va a los personajes en la historia.
ResponderEliminarHay un libro maravilloso, El Señor de las Moscas, que trata sobre una temática similar, aunque es un grupo de niños que para sobrevivir quieren adoptar la idea de civilización de los mayores... aunque bueno, adoptan todo y así les va.
ResponderEliminarVamos a ver como sigue, un abrazo Camilo!
Netomancia: Claro que sí! Imprescindible. Uno de esos libros que hay que leer antes de morir. A mi también se me ha parecido a esta historia. Pero a diferencia del libro, para este relato, solo conozco el final. He soñado algo que al despertar decidí transformarlo en lo ahora lee. Pero aún desconozco el desarrollo. Vamos a ver como sigue.
ResponderEliminarMe tiene intrigado este relato, pasare a ver como sigue la historia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Interesante e intrigante a un tiempo. Vengo desde El Semillero y me alegro mucho de haber entrado en este espacio, lo seguiré visitando en mis ratos libres.
ResponderEliminarUn beso.
Raul a q: Me alegra que así se sienta. Por ahora me he retrasado un poco con la continuación. Pero trataré de seguirlo tan pronto como sea posible.
ResponderEliminarBlanca G: Entonces ha servido la entrada en El semillero. Espero que siga viniendo. Gracias por comentar.