sábado, 9 de julio de 2011

Habitación (Parte 3)

Los días siguieron pasando, pero para él nada cambiaba. La habitación era la misma. Solo en algunas ocasiones sentía que todo se hacía más pequeño, que las paredes se estrechaban. En esos momentos la desesperación y el miedo se apoderaban de él. Pensaba que no habría refugio en ninguna parte, ni siquiera en su mente. Allí también sentía que fronteras invisibles encerraban su pensamiento, entorpeciéndolo, derribando su fortaleza, convirtiéndolo en un ser vulnerable, un animal desprotegido. Y entonces estaban esos seres blancos que venían en esos angustiosos momentos. Le daban sustancias, tal vez medicamentos y lo inyectaban. Poco a poco se calmaba hasta entrar en un profundo sueño. Cuando se despertaba, le era imposible determinar cuánto había dormido o cuánto llevaba allí. No tenía referencias que le ayudasen a ubicar eventos en el tiempo. Solo esa maldita luz blanca que venía de una lámpara en el techo, siempre igual de brillante, ocultándole la noche o el día.
Un día se percató de lo arrugadas que estaban sus manos, de lo vencido que sentía su cuerpo. Se dio cuenta que debía llevar allí mucho tiempo. Había envejecido tanto; tenían que ser años. La sensación de encierro había desaparecido recientemente. Ya no había vuelto a sentir que todo se estrechaba. Pero esa maldita pregunta seguía rondando su cabeza y la respuesta aún se le escapaba. Un objeto. Parecía tan sencillo. Pero la respuesta implicaba tantas cosas. Esa pregunta se había instalado en su mente como un parásito, ocupando toda su atención, reemplazando otras preocupaciones, recuerdos, ideas, opiniones. Su mente se había convertido en una hoja en blanco completamente exceptuando esa única pregunta.
Ocultó su preocupación y pronto una puerta se abrió y pudo salir de la habitación. Fue evaluado por médicos y psicólogos. Luego pudo regresar al mundo. El manicomio donde había estado por tantos años aparentaba ser un lugar apacible. Al menos ya no debía estar metido en la terrible habitación blanca. La pregunta seguía allí, pero ya no era una torpe y vulnerable persona. Ocultaba su preocupación y fingía mejorar más. Logró engañarlos, pues en unos meses pudo salir, regresar, más que al mundo, a la sociedad, a la civilización, al lugar de las personas racionales.
Caminando por el centro regresó a las librerías que tanto le gustaban. Pero entonces pudo verse en el reflejo de una vitrina, todo viejo y acabado. Era muy diferente de la persona que había visto por última vez en el espejo. Al notar su estado, dos decisiones se implantaron en su mente y casi como una máquina, se dispuso a llevarlas a cabo.
Fue a la casa de un sobrino, que antes era un joven, pero que ahora encontraba como un hombre maduro. Apenas le dio un saludo para luego decirle eso que tanto ansiaba: “He estado allí, en un cuarto vacío. Un cubo con paredes, techo y suelo iguales, donde tu único sentido de ubicación lo tienes porque la gravedad mantiene tus pies abajo.” Repetía de memoria las mismas palabras que había pronunciado su amigo durante el encuentro tantos años atrás. Terminó con la misma maldita pregunta: “¿Qué objeto calmaría la soledad, el miedo, la irracional idea de pasar el resto de tu vida encerrado en un cuarto? ¿Tú que escogerías?” Pudo ver la cara de estupefacción, de preocupación y de miedo de su sobrino. Luego, sin despedirse se fue directo a su casa. Allí pudo por fin resolver la pregunta que lo había enloquecido. Fue a su habitación, al armario y de allí, en el fondo de un cajón extrajo el objeto que quería tener. Se encerró en el baño y mientras todo se hacía más estrecho, acercó el frío cañón a su sien. 
Fin

Por Camilo

1 comentario:

  1. Que triste destino, que triste vida!
    Angustioso en todo sentido Camilo.
    Un abrazo.

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