El día
siguiente fue una total agonía. Desde que despertó, estuvo totalmente ausente.
Su mente solo pensaba en una cosa: ¿Qué ocurriría aquella tarde? Pensaba en la
mujer que tanto odiaba, pero no encontraba una razón. Le resultaba extraña esa
relación, si es que podía llamarse así, que había llevado con ella. Sentía como
si la conociese de siempre. Sabía que la había apreciado. Era especial. Pero
poco a poco había empezado a volverse molesta. Era como si su existencia fuera
un estorbo que no le daba tranquilidad. Era una sensación agobiante,
pensar que si iba al café, ella iba a estar allí, siempre encontrándose con su
mirada. Quería detener ese enfermizo nexo. Sabía que solo su muerte le podía
dar el sosiego que tanto anhelaba.
Se
sorprendió notar que sus manos se habían cerrado en puños y las apretaba tan
fuerte que casi se hacía daño. ¿Tanto la odiaba? Trató de calmarse un poco, pues
sabía que debía ser prudente. No quería levantar sospechas que llevasen al
fracaso de su plan.
La tarde
llegó luego de un día que había parecido eterno. Sin embargo, mientras caminaba
hacia el café, reflexionaba un poco. Y le parecía que, después de todo, su
relación había sido muy corta, como un fugaz relámpago. Pero los pasos
iban acercando más el momento inminente. Pronto perdió toda noción de su
alrededor. Su corazón parecía un animal descontrolado en su pecho. Le parecía
escucharlo como un enloquecedor tambor, exhortando su mente a ese frío
acto que se disponía a hacer.
Y en
menos de lo que esperaba, ya estaba allí, frente al café. Pero sus nervios
traicionaban su cuerpo. Así que decidió sentarse para tranquilizarse un poco.
Extrañamente se sentó en la misma mesa de siempre y casi por instinto dirigió
su mirada a ese lugar. Y allí estaba, la misma mirada inquietante e impasible.
No era que esperase no encontrarla allí. Extrañamente, sabía que ella iba a
estar. De repente ambos rostros estaban sonriendo. El de ella, como si se
burlase de lo que se disponía a hacer y el suyo un tanto irónico, al ver que
ella estaba viendo directamente a los ojos a su verdugo. Por varios minutos las
miradas estuvieron en total sincronía. Fijas una en la otra, ninguna sin
intenciones de ceder. Su corazón cada vez más rápido y estremecedor. Un vacío
en el vientre, de temor ante el final que se disponía a darle a la existencia
de su relación. Toda su aventura inicial, tal como lo temía, iba a terminar en
una catástrofe. Decidió que era el momento. Mientras mantenía su rostro
impávido, deslizo cautelosamente su mano hacia el bolsillo hasta encontrarse
con la fría cuchilla. La sacó y la sostuvo bajo la mesa. La sentía pesada, pero
era algo casi psicológico, al notar que todo se descargaría en el filo de
aquella navaja. La acarició un poco, como si eso fuese a tranquilizarla.
Se paró
de la mesa y por un momento perdió de vista a su víctima. Pero sabía dónde
estaba. Caminó hacia adentro, buscando el lugar donde la había visto siempre.
Se estrelló con un hombre y por poco cae al suelo. Pero se apoyó con una mesa y
apretó más la cuchilla, queriendo asestarle el golpe al ser que acababa de
pasar. Pero se contuvo y prosiguió en la dirección que quería. Dio incontables
pasos antes de llegar allí. Y se encontró de frente con ella, sus miradas
llenas de odio. Sin siquiera detallarla más envió el golpe mortal. Cerró los
ojos y aturdida por la ira golpeo una, dos, tres y más veces hasta que su
cuerpo no pudo más. El momento fue demasiado rápido. El ruido de un espejo que
se hacía añicos mientras sentía la mortífera frialdad de su cuchilla clavarse
en su propio vientre, terminado con su propia vida, librándose al fin de esa
existencia que tanto la había agobiado. Pronto sintió tranquilidad. El dolor
era apenas perceptible. Sus piernas sucumbieron y se desplomó. Pero no sintió
nada. Estaba satisfecha por haber logrado lo que quería. La apacible muerte
borró el bullicio del lugar. Abrió los ojos y sonrió, mientras la niebla del
fin engullía todo.
Una
confundida multitud se reunió curiosa y temerosa alrededor de la mujer que
acababa de suicidarse. Pero ella por fin tendría paz.
Muy bueno el cuento, me gusto, entretenido tu blog.
ResponderEliminarSaludos.
Marina Rojas.
Que bueno que te haya gustado el cuento. Gracias por visitar el blog.
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