miércoles, 4 de enero de 2012

El pintor (Parte I)

Arte. Siempre le había parecido una palabra tan compleja. Sólo cuatro letras. Pero detrás encontraba mucho más, todo cobijado con la polémica inherente al tema. Su punto de vista era simple y más de una vez había repasado en su mente la explicación a su percepción del arte, como queriendo estar prevenido, con la respuesta lista en caso que el tema surgiese en una conversación cualquiera, esperando el bus, en su oficina, en una reunión con sus amigos, en el ascensor del edificio.  “Nadie tiene el concepto absoluto. Para unos, una obra puede ser buena, mientras que para otros es basura”. En realidad no le parecía que su visión fuese diferente a la del resto del mundo. Estaba seguro que cualquiera estaba de acuerdo con lo que pensaba. Entonces el problema con el arte no era tratar de crear una obra que le gustase a todo el mundo. El problema era crear algo que le gustase a un grupo suficientemente grande para crear una corriente, para convertirse en un verdadero artista de categoría y no en un pobre pintor callejero o algo por el estilo. A estos últimos   los consideraba respetables pero sabía que el resto del mundo los miraba por encima del hombro.
Él, como podrán imaginarse, era un artista, un pintor. Vivía en ese complicado mundo. Al inicio de su carrera, cuando aún era muy joven, trabajaba especialmente el óleo. Hacía pinturas apenas aceptables y nunca había logrado nada bueno. Soñaba con tener una exposición en algún museo de la ciudad y quizá en el exterior, viajar, vivir la vida de un verdadero artista. Pero sus obras colgaban casi olvidadas en el salón de alguna casa de una familia cualquiera. No vendía su trabajo por mucho dinero y lo que ganaba no era suficiente para tener una vida decente. Los primeros años de su carrera habían sido difíciles. Vivía en pobreza casi extrema. Por eso, al cumplir 22 años, decidió conseguirse un trabajo adicional. No había estudiado nada y no tenía nada más que su talento, pero un tío le ayudó a conseguir un puesto como limpiador en la morgue.
-Tu trabajo es muy sencillo, muchacho- le dijo su jefe el primer día de trabajo- tendrás que venir después de medianoche, cuando el forense haya terminado. Deberás limpiar su desorden. No es algo muy agradable, se necesitan intestinos fuertes. No confío en esa cara joven que te traes, pero digamos que es un favor que le pago a tu tío.
Él no estaba muy entusiasmado con el nuevo trabajo pero lo hacía porque necesitaba el dinero. Pero esa noche iba a descubrir algo que daría un vuelco en su vida.